Grecia: revancha (y desencanto) tras la Gran Crisis
El PIB crece, el paro baja y las cuentas públicas se sanean 15 años después de que el país se asomara al abismo. Sin embargo, las cicatrices aún perduran en forma de pobreza y desigualdad


Atenas huele a invierno. La capital griega amanece radiante una mañana de mediados de diciembre, caótica y llena de vida, con el desaliño característico de esas ciudades mediterráneas que parecen estar siempre con la cabeza a medio peinar. La economía luce un puñado de datos despampanantes y este enviado especial madruga en busca de las claves de esa dulce venganza de Grecia contra la Gran Recesión. Se cumplen 15 años del estallido de una crisis brutal. La corrupción endémica y las políticas fiscales irresponsables llevaron entonces al país hacia la catástrofe. Los griegos habían mentido como bellacos con las estadísticas. Y la troika (Bruselas, BCE y FMI, patrocinados por Berlín) empujó a Grecia a un paso del abismo, con una sobredosis de austeridad que agravó la recesión y prolongó su duración sin cumplir los mínimos estándares democráticos.
“Europa ha muerto”, cantaban los Ilegales: la UE ha tenido que pedir perdón por sus excesos en ese país mediterráneo y balcánico por igual, cargado de interesantísimas contradicciones. Había que salvar los bancos aun a costa de la gente, y aquel batacazo puso en peligro el mismísimo euro. Se cobró una cuarta parte del PIB griego, elevó el paro a casi el 30%, redujo una décima parte la población, provocó un corralito y, sobre todo, desató una mezcla de humillación e ira entre la ciudadanía por los desmanes de la troika y la lamentable hoja de servicios de sus políticos. Ahora, la crisis queda atrás. Pero hay algo que no encaja.
“Grecia es un caso de éxito”, proclama Michael Arghyrou, jefe de los asesores económicos de Kyriakos Mitsotakis, primer ministro de centroderecha y con cierto aire tecnocrático. En Bruselas, Grecia acaba de lograr la presidencia del Eurogrupo, la reunión de ministros de Finanzas del euro, una institución protodemocrática que hace tres lustros apretó las clavijas del país con muy malas maneras. Lograr la jefatura del Eurogrupo es algo simbólico, como cerrar un círculo: “Hemos vuelto, la recuperación está ahí, las cosas funcionan: Grecia es una historia de éxito”, asegura el economista Alexis Patelis en una cafetería de Kolonaki, un distrito céntrico y distinguido.
Un Jano bifronte
“Éxito”: etimológicamente salida, final, pero también acercarse o seguir. Esa palabra se repite una y otra vez entre las figuras más próximas al Gobierno, pero Grecia es más ambigua que esa palabra; es un Jano bifronte. Por cada dato positivo que cascabelea hay otro negativo que lo contrarresta. Patelis, con un currículo brillante en la industria financiera internacional, era hasta hace solo unas semanas asesor de Mitsotakis, y defiende a ultranza ese relato esplendoroso que abraza todo el Gobierno heleno. No es el único. Bruselas y el FMI abonan esa narrativa en cada uno de sus informes. The Economist nombró a Grecia país del año en 2023. Hasta las agencias de calificación de deuda, siempre tan escépticas, se suman ahora al optimismo.
Una visita a Atenas permite comprobar que no todo ese brillo es verdadera luz. En Kolonaki no se ven las cicatrices de la crisis: entre sus calles no queda ni rastro de ella. Ni siquiera el diluvio duró toda la eternidad, parece decir ese barrio que alberga las sedes de las principales instituciones, de los bancos, las tiendas de moda, los cafés más chic y todas esas cosas que hacen que las zonas nobles de las capitales de Europa se parezcan de una manera extraña. Pero no hace falta andar mucho para comprobar que Atenas cuenta también otro tipo de historias. A media tarde, a solo 20 minutos a pie de Kolonaki, hay un mercadeo constante de drogas y sexo: esto es Omonia, otro barrio céntrico, este mucho más descuidado. Aquí la extrema derecha realizaba expediciones nocturnas para cazar migrantes en lo peor de la crisis. Y por aquí arranca hoy una ruidosa manifestación que va camino de la plaza Syntagma, ante el Parlamento, para protestar por el enésimo caso de corrupción. Omonia sigue siendo un lugar inhóspito en el corazón de Atenas. Con gente en el suelo fumando crack. Con locales decrépitos, de pesadilla. Con incontables historias callejeras de dificultades para llegar a fin de mes. La risa va por barrios; la recuperación, por lo visto, también. Entre la acuarela de tonos pastel que pinta el Gobierno por la mañana en Kolonaki y el óleo tenebroso del atardecer en Omonia sale una foto borrosa. Una mixtura indescifrable. Hay que buscar más. El periodista hablará con una docena larga de fuentes a lo largo de tres días entre los inevitables economistas, banqueros, políticos y demás. Pero al caer la noche de ese primer día, después del esplendor de Kolonaki y de la sordidez de Omonia, el taxi se detiene en Kypseli, un barrio de clase media-baja al norte de ese desorden organizado que es Atenas: el novelista Petros Márkaris recibe en su casa para tratar de aclarar las cosas. Márkaris, un izquierdista descreído, será tal vez la más certera de las fuentes consultadas.
—Hemos dejado atrás esa sensación de final de los tiempos. Y hemos dado pasos para salir de la crisis, pero no hemos logrado escapar de su sombra.
Antes de disparar esa flecha, Márkaris ha ofrecido café, agua, asiento y hospitalidad; regala uno de sus libros, pregunta si puede encender una pipa, se interesa por España en un inglés impecable. Tiene 88 lúcidos años. Además de inglés habla francés, alemán, turco, armenio y griego. No oye del todo bien. Ha perdido visión en un ojo. Pero está en plena forma: acaba de publicar la última entrega de la saga que protagoniza el comisario Jaritos, un noir de primera división. La novela negra europea nace en la posguerra, con esa combinación de ironía y aventura contrapuesta a un mundo cínico y cruel, y en el Sur alcanza su máximo esplendor con Camilleri, con Vázquez Montalbán, con el propio Márkaris: “La variante mediterránea es novela política o sociopolítica”, sostiene. Así que Márkaris ofrece una visión eminentemente política o sociopolítica de la situación de Grecia que choca con la de su Gobierno.
“Lo único que me queda es la oscuridad y la angustia por el futuro”, dice Jaritos en La ira de los humillados. Márkaris retrata así el turbio estado de ánimo de la sociedad, y desarrolla a partir de esa frase su reflexión sobre Grecia:
—Un tercio de la población está mejor que nunca; otro tercio vive al día, y el tercio de abajo, muchos pensionistas y jóvenes, está en situación desesperada.
—No le veo muy optimista.
—El poder adquisitivo no se ha recuperado. La energía y la vivienda están carísimas, y en cambio los salarios apenas han subido salvo en los pocos sectores a los que les va estupendamente. Un kilo de carne costaba 13 euros; ahora son 20. Un maestro ganaba unos 1.500 euros; ahora no llega a 1.200, de los que más de la mitad se van en vivienda y gastos asociados. Tenemos corrupción, una juventud cabreada deseando largarse, desigualdad y pobreza. Dígale a mi Gobierno que baje de las nubes: se ha diluido aquella ira que sacamos en medio de la crisis, pero hay una sensación general de decepción.
Las grandes cifras cuentan a la perfección ese relato híbrido —recuperación y desencanto— de la Grecia de hoy. Los analistas la explican con nitidez. Pero casi todo el meollo está en ese discurso de Márkaris.
Fortalezas
La parte luminosa de la revancha económica griega es indiscutible. El PIB cerrará el año con un crecimiento del 2%, el doble que la UE. Grecia avanza a una velocidad de crucero superior a la europea desde el fin de la pandemia. El desempleo ha caído al 8% después de rozar el 30% en la fase más aguda de la crisis. El país ha reducido su dependencia del petróleo. El turismo tira a toda velocidad, e incluso alguna rama del sector tecnológico ha logrado despuntar. Las finanzas públicas están, por fin, bajo control. El superávit fiscal, tras años de ajustes, permite reducir el endeudamiento en torno a cinco puntos de PIB al año, una barbaridad. Los bancos han sanado de sus heridas. Y hay cierta estabilidad política, con un Gobierno capitaneado por Mitsotakis, que tiene un cartel estupendo en Bruselas.

Pero la cara menos amable, la del desencanto que describe Márkaris, también es impepinable. El PIB sigue 20 puntos por debajo del nivel precrisis. La renta per cápita, 10 puntos abajo. La inversión no logra recuperarse. Los índices de desigualdad y pobreza son de los más altos del continente. La deuda sigue siendo la mayor de Europa. La demografía es declinante. Los fondos europeos Next Generation explican la mitad del crecimiento, pero empezarán a desaparecer en un año. El turismo ha hinchado una formidable burbuja inmobiliaria —de la mano de Airbnb y de la inversión extranjera— y dispara los precios. El salario medio es de 1.100 euros al mes, solo por encima de Bulgaria y Hungría en la UE. La competitividad no termina de repuntar, y la industria no consigue exportar lo suficiente: el déficit por cuenta corriente supera el 7% del PIB, uno de los mayores de Europa. Por el flanco político, la fatiga reformista es evidente. La polarización y la fragmentación son la norma tanto en la izquierda como entre los conservadores. Y hay hasta varios casos flagrantes de corrupción sobre la mesa. “La confianza de los griegos en las instituciones es baja. El escepticismo de la ciudadanía afecta por igual al Gobierno y a la oposición”, refleja un sondeo reciente de Macropolis.
“La erosión de confianza es formidable. Hay una recuperación en marcha, eso nadie lo niega, pero Grecia está lejos de esa primavera económica de la que presume el Gobierno”, resume el economista Costas Lapavitsas, de la Universidad de Londres. Nikos Vettas, del think tank Iobe, afirma que la foto que sale de todo esto “es difícil de interpretar, con aspectos innegablemente positivos que coexisten con cierta falta de visión en la política económica”. “Deberíamos haber tenido una recuperación más sólida tras el colapso. Deberíamos haber aprovechado la situación para seguir reformando la economía. Estamos creciendo y estamos mejor, pero las cicatrices siguen ahí”, añade.
Ese análisis contrasta con el triunfalismo del ala conservadora. Michael Arghyrou asegura que las reformas de Mitsotakis han traído un círculo virtuoso de confianza, mejora económica y estabilidad. “La política fiscal ha permitido conjugar rebajas de impuestos para mejorar el crecimiento e ingresos con la reducción de la evasión fiscal; hemos limpiado los bancos, y ha habido reformas estructurales y digitalización”, describe. Alexis Patelis asegura que es un error comparar las cifras actuales con las previas a la crisis: “Este era un país fake, producto de una burbuja, con políticas insostenibles; la economía estaba inundada de déficits. La inversión, excluyendo la construcción, se ha recuperado. El turismo es una ventaja comparativa. Syriza destrozó la credibilidad de Grecia, pero Mitsotakis encaminó a Grecia hacia la modernización. Aún queda mucho por hacer, pero no hay una alternativa creíble a Mitsotakis. Nuestro objetivo sigue siendo converger con Europa”.
El sistema financiero y la academia comparten a medias ese análisis, y Mitsotakis lidera los sondeos con un 25% de los apoyos. Pero el centro izquierda se rebela contra la complacencia gubernamental. Y la izquierda, que vuela bajo en las encuestas, ve el vaso medio vacío, y en algún caso, como el del exministro Yanis Varoufakis, completamente vacío.
Tasos Anastasatos, economista jefe de Eurobank, uno de los mayores bancos, afirma que los logros más importantes de los últimos tiempos han sido la estabilización de las finanzas públicas, el saneamiento de la banca y la resiliencia del sector turístico. “Sin embargo, un déficit por cuenta corriente del 7,2% en 2024 indica que aún queda trabajo por hacer. Se necesitarían muchos años de crecimiento al doble del ritmo de Europa para recuperar terreno, y harán falta nuevos catalizadores cuando se agoten los fondos Next Generation. Es imprescindible seguir con las reformas, y la fragmentación política es un obstáculo”.
Recuerdos de la troika
Dimitri Vayanos, profesor de la London School, carga contra los duros recortes de la troika, “que hicieron que la crisis fuera innecesariamente larga y profunda, y provocaron un éxodo de la juventud más preparada”, pero admite también que la política griega contribuyó al desastre. “Los seis primeros meses de Syriza fueron una calamidad. Después, Alexis Tsipras hizo lo que le pedían, pero nunca tuvo un plan económico; con Mitsotakis nos ha ido mejor, pero no ha terminado de cumplir las promesas de modernización. El sistema sigue siendo injusto, corrupto y el poder adquisitivo no se ha recuperado”.
En las filas de la izquierda se admite a regañadientes que Mitsotakis tiene las de ganar en 2027. El regreso del expresidente Tsipras podría cambiar algunas cosas: los sondeos le dan apoyos superiores al 15%. Pero Tsipras es una figura controvertida. El exlíder de Syriza acaba de publicar una biografía política de 750 páginas en la que carga contra sus excolaboradores y se exculpa de todo lo malo. “Quiere pasar de revolucionario a moderado en un abrir y cerrar de ojos, pero a la vez lanza mensajes populistas: su objetivo es llegar directamente a la gente, sin intermediarios como Syriza. A lo Macron. Dejó mal sabor de boca en las filas de la izquierda. Le puede beneficiar que Mitsotakis está perdiendo fuelle: es difícil sostener ese relato del éxito fulgurante cuando incluso a las tasas que crecemos tardaríamos 37 años en alcanzar el promedio del ingreso per cápita europeo”, critica Euclides Tsakalotos, exministro con Tsipras.
Evangelos Venizelos, exviceprimer ministro del Pasok, no ve a Mitsotakis con fuerza para gobernar en solitario, y anticipa un país “cargado de antinomias y contradicciones en lo económico, en lo social y en lo político”, prácticamente “ingobernable” por la polarización y la presencia de más de una docena de partidos, entre ellos varios de ultraderecha. Venizelos, que dejó el Pasok a finales de la década pasada, tampoco es optimista: “Mitsotakis tiene un estilo moderno, pero hace políticas de vieja escuela y ha sido incapaz de erradicar la corrupción. Estamos en medio de una crisis de confianza”, dice este peso pesado de la política.
Varoufakis está en otro nivel de crítica. Sigue siendo un analista brillante y es una de las personalidades más conocidas fuera de Grecia, pero en casa recibe ataques furibundos por todos lados, tanto de sus enemigos como de quienes estaban en su propio bando. Tsipras ha escrito que como ministro estaba más preocupado por su fama que por resolver problemas. Tsakalotos le tilda de “narcisista irredento”. Varoufakis contraataca:
—Ese relato del éxito griego refleja las dificultades de la Europa actual para afrontar la realidad. La recuperación es un caso de éxito para los oligarcas y los financieros, pero un desastre para tres cuartas partes de los griegos. Los hedge funds están enamorados de Grecia porque están haciendo una fortuna con la burbuja inmobiliaria. Y lo mismo les pasa a los ricos, que se han comprado partes de la red eléctrica, de las autopistas y playas por una miseria. El 75% de los ciudadanos están peor. La mejora de las finanzas públicas convive con déficits enormes por cuenta corriente y baja inversión: la recuperación no es sólida. La desigualdad destruye el tejido social. Grecia es un páramo para la mayoría y un paraíso para unos pocos. Hay que ser analfabeto económico para decir que lo nuestro es un caso de éxito. Todo es humo y espejos: por eso la juventud se va y hay manifestaciones masivas. La razón por la que tenemos un Gobierno de centroderecha mediocre y corrupto es que Tsipras sentó las bases para ello: adoptó políticas que incluso la derecha rechazaba. Con razón la gente dejó de votar, desengañada por una de las deserciones más cínicas de un izquierdista que jamás se han visto. Estamos en medio de una despiadada lucha de clases. Y no hay estabilidad política: la democracia languidece en un profundo coma político.
Esa es la foto lúgubre, imagen especular de la complacencia del Gobierno: la verdad, si es que existe ese bicho, debe estar en algún lugar a medio camino entre una y otra. Hay que volver a Márkaris: ¿Qué opina de la situación política? “¿Tsipras? Espero que no se le ocurra volver. ¿Varoufakis? No me haga reír, su partido está por debajo del 3% por poderosas razones. No hay una alternativa creíble a Mitsotakis; no me imagino a mí mismo apoyándole. Esta derecha no me gusta. La izquierda griega es una catástrofe. Cuando se acerque la hora de votar tendré un dilema esperándome en el colegio electoral. Me iría, como los jóvenes, pero ¿qué sería de Jaritos?”.
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