Salud financiera: la cuenta pendiente
Hay que introducir la educación financiera desde edades tempranas con una asignatura de economía doméstica que fomente hábitos de ahorro

El Global Findex 2025 del Banco Mundial confirma un progreso histórico: el 79% de los adultos del planeta posee ya una cuenta formal, frente al 62% en 2014. No obstante, tener una cuenta no basta para asegurar el bienestar. La inclusión financiera (acceso y uso de servicios financieros asequibles y seguros) si bien es condición necesaria, no es suficiente para garantizar una buena salud financiera, que requiere la capacidad de los hogares para gestionar su dinero con resiliencia.
La salud financiera descansa en cuatro pilares: pagar puntualmente los gastos mensuales; disponer de ahorro líquido para imprevistos y de ahorro a largo plazo; mantener una deuda sostenible; y planificar el futuro mediante decisiones informadas. Metas que trascienden la mera titularidad de una cuenta. España cuenta con una inclusión financiera universal. El 98% de los mayores de 15 años posee cuenta bancaria y el país alberga una de las redes físicas de acceso más densas de Europa. Además, un 75% de los adultos usa banca online. De modo que infraestructura y uso no son la traba.
Los indicadores de salud financiera sí revelan que esta continúa siendo un reto. El último Eurobarómetro sobre conocimientos financieros muestra que solo el 19% de los españoles alcanza una puntuación alta, situándose el tercer país por la cola de la Europa de los 27 (26%). Cuando se les preguntó cuánto tiempo podrían seguir cubriendo sus gastos, sin pedir préstamos ni mudarse de casa, en caso de perder su principal fuente de ingresos, apenas el 36% afirma que aguantarían más de seis meses, porcentaje inferior al de Holanda o Italia (47% y 39%, respectivamente). Respecto al ahorro a largo plazo y la planificación, casi la mitad de los encuestados en España se sienten “poco seguros” (32%) o “nada seguros” (15%) de tener suficiente dinero para vivir cómodamente durante sus años de jubilación.
Esta situación exige una agenda que pase del “cuántos tienen cuenta” al “cómo gestionan su dinero”.
Tres líneas resultan prioritarias. Primero, introducir educación financiera desde edades tempranas, con una asignatura de economía doméstica que fomente hábitos de ahorro, presupuestación y uso adecuado del crédito. Segunda, reforzar los incentivos al ahorro sistemático, de emergencia y previsional, mediante productos simples, transparentes y con ventajas fiscales que premien la constancia y diversifiquen riesgos. Tercera, promover el asesoramiento financiero y la búsqueda de información profesional para evitar decisiones costosas. La inclusión financiera es el primer hito, el verdadero éxito radica en convertir cada cuenta en un instrumento efectivo de prosperidad duradera que permita avanzar hacia una mejor salud financiera y así reforzar la cohesión social y la resiliencia en una población cada vez más longeva
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