A 8.000 metros de profundidad hay un tesoro oculto: el gran negocio de los cables submarinos
El sector especializado en esta infraestructura clave factura más de 13.300 millones de euros. Europa quiere mantener su hegemonía como fabricante de referencia


Si de pronto se evaporase el agua de los mares y los océanos, la Tierra, vista desde el espacio, semejaría un ovillo de lana. La diferencia es que esas cuerdas son cables submarinos. Los datos varían entre 1,3 y 1,4 millones de kilómetros instalados de estos tubos. Unos 600. Y por ellos pasan el 98% de los datos intercontinentales. Son, por ejemplo, las autopistas de internet. Al amarrar en la costa, los cables se enchufan a las estaciones, que regeneran la señal óptica, la separan por canales y después la distribuyen a los consumidores. Este es el proceso. La información viaja mejor por la fibra óptica que a través de un satélite. Posee más velocidad (latencia, en la jerga) y capacidad de enviar información (ancho de banda). España es una potencia. El proyecto Medusa —8.700 kilómetros de cable submarino— conectará, de este a oeste, describe Arantza Ugalde, doctora en Física y Sismóloga en el Instituto de Ciencias del Mar, dependiente del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Europa mediterránea y el norte de África hasta el Atlántico, contando con varios landing points (estaciones) en las costas españolas. Trabajan junto a AFR-IX Telecom, Canalink o Telxius (Telefónica) con fines científicos.
Pero la ciencia estos días se ve sobrepasada por la geopolítica. La Unión Europea calcula que el 70% de toda la información binaria que reciben los Estados miembros llegan por 30 tubos que se conectan a España, 40 si sumamos los portugueses. Así que cuando el año pasado se detectaron a varios barcos militares rusos navegando las islas Baleares de forma errática se averiguó que trazaban un mapa de los cables de fibra óptica. Información en la guerra híbrida. Durante 2023, en declaraciones de Dimitri Medvedev, mano derecha de Vladímir Putin, recogidas por la agencia
Reuters reveló su estrategia: “Nada impide a Rusia cortar las comunicaciones destruyendo cables submarinos de nuestros enemigos”, advirtió. Ante los riesgos, la idea de protección cala en Indra, que lidera el proyecto europeo SMAUG (Smart Maritime and Underwater Guardian), el cual detecta y localiza amenazas submarinas.
Pocas industrias tienen este potencial geopolítico y económico. Los cables submarinos ingresaron —según la consultora Global Market Insight— el año pasado 15.300 millones de dólares (unos 13.300 millones de euros). Solo Estados Unidos invirtió en estos tubos 400 millones de dólares en 2024. Todos quieren su parte. Meta ha anunciado que tenderá 40.000 kilómetros de cable privado y la tecnología ya permite situarlos más allá de los 8.000 metros. Mayor profundidad, mayor seguridad. Cifras para un cambio. “Hasta hace pocos años, el crecimiento estaba dirigido por las instaladoras de cables, con un número limitado de clientes. Ahora, con el despliegue masivo de los centros de datos, son los demandantes los que más tiran del mercado, gracias a consorcios en los que están involucrados las grades tecnológicas, las constructoras de data centers e incluso fondos de capital riesgo”, describe Roberto Scholtes, jefe de Estrategia de Singular Bank. Este año — según Global Market Insight— hay proyectos, en todo el mundo, en desarrollo o ya implantados, por valor de 2.600 millones de dólares (2.250 millones de euros).
La gran transformación es que estas comunicaciones ahora son activos críticos para la seguridad de los países. Incluso los parques eólicos marinos pueden utilizar cables mixtos de datos y electricidad. “Existe una clara escasez de cables submarinos de alta tensión, con una demanda creciente de interconectores [redes eléctricas y gas natural] y energía eólica marina en Europa y, cada vez más, en Estados Unidos. Como resultado, la cartera de pedidos de los fabricantes de cables de la Unión Europea se aproxima al final de la década con una cuota de mercado superior al 80%”, analizan en el banco de inversión Jefferies.
La llegada de un coloso
Uno de los colosos que llegó hará ocho años a España es Equinix. Una de las mayores empresas del mundo de centros de datos. Sus responsables aseguran que han hecho del país uno de sus puntos estratégicos de interconexión. Junto con EllaLink conectará São Paulo, Lisboa y Madrid. Latinoamérica y Europa. Su tecnología permite que “los cables aterricen directamente en los centros de datos, en vez de en las instalaciones costeras”, aseguran. “Esto reduce costes y tiempos de conexión, y mejora la eficiencia operativa”, defienden. De hecho, este cable rebaja la latencia en un 50% respecto a las rutas anteriores que pasaban por EE UU. Algo esencial para la industria financiera.
Otros gigantes digitales como Google y Meta, y telecos como Vodafone, Telxius y China Mobil, también trabajan en los fondos. Quienes busquen el dato Guinness, el cable más largo del planeta se llama 2Africa y sus 45.000 kilómetros circunvalan el continente africano. Son 33 países, incluidos varios europeos, y el tubo tiene una capacidad de 180 terabits (Tbps). España —que es una pequeña potencia— podría hacer más. Geográficamente su posición es un privilegio. Puerta de entrada a África, conexión con América Latina e incluso con países asiáticos. Pero Lisboa gana la partida.
En 2028, el cable que unirá España e Italia tomará tierra en Sagunto (Valencia). Aunque es un proyecto de solo 100 millones de euros. El tubo Barracuda —1.070 kilómetros— unirá la población española y Génova. Unos 12 pares de fibra y 32 Tbps cada una. Por ahora, falta ambición. La mar es más profunda. Telefónica unirá la Península (Cádiz) con Canarias (Gran Canaria) a través de la conexión PENCAN-X. Ocho pares de fibra. Mejorará la latencia y sustituirá una de las tres rutas submarinas existentes. Quizá la más famosa sea Anjana: conecta la costa de Carolina del Sur con Santander. 24 pares de fibras que transportan 480 Tbps. Millones de datos donde se acumula el silencio.
Sabotaje en el ‘mar de nadie’
“Asimetría”. Ajeno a la arquitectura es la palabra a la que recurre Félix Arteaga, investigador principal de Seguridad y Defensa del Real Instituto Elcano. “La ruptura de un cable genera un coste económico tremendo”. Las conexiones entre Canarias y la Península son críticas. También con África. Todos lo saben. “Ahora son los rusos los principales sospechosos de los cortes, pero mañana puede ser cualquiera y Europa debe darse cuenta y repartir los gastos de reparación, que son muy elevados”, admite el experto. Mover un dragaminas para abordar un navío sospechoso es complejo también desde la visión legal. Navegan en aguas territoriales de difícil jurisdicción y bajo banderas de naciones casi inexistentes. Ayudarán los drones subacuáticos. “Pero más que de guerra híbrida hablaría de sabotaje”, zanja con palabras de marinero antiguo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
