La farma europea aguarda al diagnóstico de Trump
Atacar a los productos farmacéuticos sería así contraproducente para EE UU, en una industria con elevados niveles de inversión y largos ciclos de planificación

El sector farmacéutico europeo no solo constituye una de las joyas industriales del continente, sino también una de sus grandes potencias exportadoras. Representa cerca del 2,7% del PIB europeo, da empleo a más de 865.000 personas y, solo en 2024, la Unión Europea (UE) exportó productos farmacéuticos y medicinales por valor de 313.400 millones de euros, un 13,5% más respecto a 2023. Este incremento, unido al modesto ascenso de las importaciones, permitió al bloque un superávit comercial récord cercano a 200.000 millones de euros en este rubro.
El retorno de Trump a la Casa Blanca reaviva la voluntad por reducir el desequilibrio comercial entre ambas regiones. Y es que la UE exporta a Estados Unidos (EE UU) hasta tres veces más de lo que importa de la primera economía mundial en productos farmacéuticos, totalizando 120.000 millones con su principal socio y siendo el destino del 38% de sus ventas totales.
Esta interdependencia se ve ahora en riesgo ante los recientes amagos de la Administración Trump de imponer tarifas arancelarias a bienes farmacéuticos europeos. La guerra comercial se mezcla además con la queja de un gasto farmacéutico doméstico muy elevado, en donde el precio de los medicamentos en EE UU se paga en media el triple que en la UE.
A la espera de acontecimientos, el sector farmacéutico europeo cuenta no obstante con un as bajo la manga en el previsible proceso negociador, al representar una proporción elevada del consumo aparente estadounidense. En concreto, el valor de las importaciones procedentes de la UE se acerca al 30% del consumo total de productos farmacéuticos en EE UU, lo que implica que la imposición de aranceles generalizados al sector podría incrementar los precios de muchos medicamentos producidos en Europa y consumidos en EE UU.
Atacar a los productos farmacéuticos sería así contraproducente para EE UU, en una industria con elevados niveles de inversión y largos ciclos de planificación. En este contexto, las empresas europeas tendrían dificultades para reubicar la producción en Estados Unidos a medio plazo, lo que de nuevo aumentaría la probabilidad de que los medicamentos importados se encarezcan.
Pese a todo, los amagos de imposición tarifaria empiezan a tener su efecto en empresas europeas, con anuncio de inversiones millonarias en suelo estadounidense por compañías como Roche o Novartis. Esta deslocalización genera críticas, en el ámbito industrial y político, ante la falta de competitividad regulatoria y fiscal comunitaria y el descuido de los compromisos con el tejido industrial europeo.
En definitiva, la imposición sectorial de tarifas se antoja complicada, dado el estatus especial del que gozan este tipo de productos, la posibilidad de generar una escasez de medicamentos en el mercado, que encarezca los precios, o la ya amplia presencia a nivel de infraestructuras, I+D+i, fabricación y ventas de la industria farmacéutica europea en EE UU.
Aunque el arancel aún no ha llegado, su sombra ya se proyecta sobre el sector. En la diplomacia comercial, a veces basta con mostrar la receta para empezar a cambiar el tratamiento.
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