Demografía, vivienda y brechas de riqueza
La combinación de algunas dinámicas puede potencialmente exacerbar la concentración patrimonial

Con el mismo título de este artículo, la Fundación Afi Emilio Ontiveros acaba de publicar un estudio que revela cómo la dinámica demográfica, el marco en el que se desenvuelve nuestro mercado de la vivienda y la ampliación de la brecha de riqueza intergeneracional, pero también intrageneracional, han estado íntimamente entrelazados en nuestro país en estas últimas décadas. Más aún, señala cómo en las próximas pueden darse condiciones para que dicho fenómeno se perpetúe e, incluso, se intensifique.
La generación boomer, la que está iniciando ahora su incorporación progresiva a la jubilación, no solo es por tamaño la más grande que ha existido nunca, sino la que con certeza marcará el pico durante muchas décadas futuras, este siglo al menos. Es una generación bajo la que se ha consolidado no solo el marco de libertades actualmente existente, sino también el proceso de integración europea y modernización económica de nuestro país materializado en niveles de bienestar y de riqueza no conocidos anteriormente. Evidentemente no ha sido un proceso continuo. No hay más que recordar algunas de las crisis de finales del pasado siglo y, singularmente, la gran crisis que siguió al bum inmobiliario en la primera década de este. Con todo, y a pesar de las secuelas de esta última, la generación boomer ha gozado globalmente de la fortuna de cabalgar a lomos de una acumulación de riqueza, sobre todo inmobiliaria, a la que pudieron acceder en fases tempranas de su ciclo vital y que se ha revalorizado extraordinariamente. Más que otros activos y más que en otros países, siendo además que, como es conocido, en la riqueza total de los hogares españoles los activos inmobiliarios pesan sobremanera, mucho más que en los países de nuestro entorno.
Como consecuencia de la continuada reducción y extraordinariamente baja tasa de natalidad, la generación millennial y las posteriores son, por el contrario, sustancialmente más pequeñas. Tanto que, a pesar de la creciente y muy elevada longevidad de la población española, hace ya casi una década que se ha instalado en nuestro país el invierno demográfico. No es un futurible; la población nacida en España está ya disminuyendo. Tanto como a razón de 150.000 personas en media en los últimos tres años. Una caída que perdurará en el tiempo y que propiciaría, según las recientes proyecciones del INE, que los nacidos en nuestro país caigan en los próximos cincuenta años hasta los 32 millones de personas desde los algo más de 40 millones actuales —básicamente los mismos que a principios de este siglo—.
Obviamente, esta dinámica demográfica haría insostenible el mero mantenimiento de nuestra infraestructura productiva, por no señalar la dramática situación que operativa y financieramente enfrentarían los servicios sociales y asistenciales que va a requerir una población mucho más envejecida. En apenas 15 años, los mayores de 65 años pasarán a ser casi uno de cada tres habitantes frente a uno de cada cinco actuales, y los mayores de 80 años representarán ya el 12%, doblándose respecto al 6% actual. Tal evolución determinará a la postre que la vigente tasa de dependencia del 50% —el agregado de menores de 16 y mayores de 65 años sobre la población total— alcance nada menos el 75% en este corto periodo.
Afortunadamente, los flujos migratorios de entrada a nuestro país están compensando con creces este invierno demográfico que se ha instalado, para quedarse, en España. Tanto como para muscular la economía, a falta de un más que deseable aumento significativo de la productividad. Si éste aumento sigue sin producirse —y aun cuando mejore— requerirá de muchos millones de personas más en los próximos años. Tan es así que la proyección en el horizonte de 50 años del INE converge a una estructura de población bien diferente: casi un 40% de los residentes en España serían nacidos fuera de nuestras fronteras, frente a menos del 20% actualmente y poco más de un 5% a inicios de siglo.
Evidentemente, esta atracción de inmigrantes, cuya más fácil integración por razón de su mayoritaria procedencia, representa para España un importante activo, pero conlleva también algunas implicaciones colaterales no siempre fáciles de gestionar. Una de ellas es la presión adicional sobre un mercado de la vivienda ya de por sí tensionado por la baja capacidad de producción actual de nuevas viviendas, la creciente e intensa concentración territorial de la población, la infraocupación derivada de hogares cada vez de menor tamaño y, sobre todo, la escasa presencia, si se compara con estándares europeos, de un parque público de vivienda pública protegida o en alquiler. Presión que está propiciando una no deseable y acusada segmentación entre los hogares que cuentan en su mochila con una vivienda en propiedad y aquellos otros —jóvenes y población inmigrante sobre todo—que no cuentan con la posibilidad de acceder a una vivienda asequible. Tal situación provoca un efecto “bola de nieve” en la ampliación de la brecha de riqueza frente a los hogares que ya disponen de riqueza inmobiliaria. Ampliación que, por esta razón entre otras, acaba teniendo no solo un impacto intergeneracional sino también intrageneracional.
Adoptando finalmente una visión prospectiva de medio y largo plazo, también cabe derivar algunos diagnósticos de interés para las políticas públicas. No es difícil advertir que la combinación de algunas de las dinámicas comentadas puede potencialmente exacerbar la concentración de riqueza y el aumento de la desigualdad. Esto es así por cuanto que la generación millennial, mucho más pequeña que la que le antecede, será acreedora, en el proceso natural de transmisión de riqueza, de un volumen en términos per cápita muy superior al recibido por cualquier generación pasada. Se daría así la paradoja de que —vista como un todo— una generación que, al menos hasta el momento, se sitúa en peor posición relativa que la que tenían sus padres a su misma edad, acabaría concentrando, sin embargo, un muy importante patrimonio. Eso sí, en la etapa final de su existencia como consecuencia del trasvase de riqueza desde aquellos, sus padres, que integran hoy la generación boomer. Dicho trasvase, en todo caso, reproduciría entre los millennials beneficiarios la estructura de distribución de riqueza de sus padres que, dicho sea de paso, exhibe también una tendencia a la concentración en estas décadas pasadas.
A este proceso de concentración, fruto del mero relevo generacional, se va a superponer otro como consecuencia de la propia estructura poblacional futura. El mucho mayor peso relativo de la población inmigrante, que en general cuenta con una mochila mucho más pequeña y/o que recibirá en segunda generación una dotación de riqueza muy inferior a la de los nacidos en España, puede agudizar el aumento de la desigualdad.
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