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El BCE deja los tipos de interés intactos en el 2% por tercera vez consecutiva

El Eurobanco reafirma su convencimiento de que la inflación está bajo control y no ve necesario tocar el precio del dinero

Álvaro Sánchez

La estabilidad es una ilusión tan pasajera como difícil de atrapar en los tiempos actuales, pero el Banco Central Europeo parece encontrarse en uno de esos raros paréntesis donde los astros se alinean, la carretera se ensancha, y ya no es necesario acelerar ni frenar. Solo mantener la velocidad y dejarse llevar por la inercia. Eso ha hecho el Consejo de Gobierno este jueves con su decisión unánime de dejar los tipos de interés intactos en el 2% por tercera vez consecutiva. Una racha de inactividad a la que estaba poco acostumbrado tras ocho bajadas casi seguidas para devolver las tasas a la normalidad.

En su comunicado, Fráncfort insiste en que la inflación se mantiene en niveles próximos al objetivo del 2% a medio plazo, y defiende que la actividad está resistiendo. “La economía ha seguido creciendo pese al difícil entorno internacional. El vigor del mercado de trabajo, la solidez de los balances del sector privado y las anteriores reducciones de los tipos de interés aprobadas por el Consejo de Gobierno continúan siendo factores que contribuyen de forma importante a la resiliencia”, señalan. No obstante, añaden la coletilla habitual de que hay motivos para seguir vigilantes. “Las perspectivas son aún inciertas, debido especialmente a los actuales conflictos comerciales internacionales y a las tensiones geopolíticas”.

La escapada otoñal a Florencia de la plana mayor del Eurobanco, cumpliendo con la tradición anual de celebrar fuera de Fráncfort una de las reuniones, ha coincidido con uno de los encuentros más plácidos que se recuerdan. Con la inflación bajo control (2,2% en septiembre, este viernes se conocerá el dato de octubre). Sin grandes debates internos entre halcones y palomas sobre movimientos inminentes del precio del dinero —el mercado apuesta por otra pausa en diciembre—. Con pocas novedades estadísticas sobre la mesa. Y apaciguadas la crisis comercial, la inestabilidad política francesa, y la peligrosa alza del euro frente al dólar, al menos temporalmente.

Lagarde reconoció que la soga de la geopolítica se ha aflojado gracias a tres acontecimientos: el acuerdo comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos, el alto el fuego en Gaza, y el pacto entre Donald Trump y Xi Jinping sobre tierras raras y aranceles alcanzado en Corea del Sur. Esos episodios hacen pensar a la francesa que la presión sobre el crecimiento económico será menor en los meses venideros, algo que refuerza aún más la estabilidad de los tipos de interés en el 2%, porque desaparece cualquier urgencia para estimular la actividad.

Preguntada sobre si su discurso no estaba siendo en exceso triunfalista, Lagarde reaccionó como un resorte. “Siempre es más popular hacer comentarios negativos, lo entiendo, pero cuando tenemos buenas noticias debemos aceptarlo y ver su impacto”. Minutos antes, cuando otra periodista le trasladó sus dudas sobre el momento económico, Lagarde se refirió, también tajante en términos positivos, al dato de PIB trimestral de la zona euro publicado en la mañana de este jueves. “Con un crecimiento del 0,2%, que es más de lo esperado por el consenso y por nosotros mismos, no me quejaría demasiado en este momento por el crecimiento”, espetó.

En cuanto al euro digital, otro de los temas del día porque el BCE se fijó este jueves 2029 como la fecha para su lanzamiento, Lagarde defendió sus ventajas frente al dinero físico. “Es más barato, de uso amigable. La clave es que el dinero es un bien público y el banco central es custodio de ese bien”.

Discurso político

Las diferencias entre halcones y palomas siguen presentes, como explicó la propia presidenta del BCE, pero bien contenidas hasta nuevo aviso, por lo que el viaje se prestó a otros menesteres más allá de la previsible decisión sobre tipos de interés. Y acabó siendo un festival para los sentidos. El del gusto lo ejercitó Lagarde este miércoles, cuando pasó por el mercado de Sant’Ambrogio a tomarse un café mientras escrutaba los precios de los alimentos como si de una supervisora del servicio estadístico se tratara. El de la vista y el oído, los asistentes a su intervención horas después en la cena de gala celebrada en el palacio Vecchio, antigua residencia de los Medici, donde la francesa citó a Da Vinci, Miguel Ángel, Brunelleschi, Dante, y a otro italiano ilustre contemporáneo, su predecesor en el cargo, Mario Draghi, en un alegato cuya idea fuerza fue la resistencia europea ante la adversidad. “En los últimos cinco años hemos enfrentado la peor pandemia desde la década de 1920, los aranceles estadounidenses más altos desde la década de 1930, la crisis energética más profunda desde la década de 1970 y la guerra terrestre más devastadora en suelo europeo desde la década de 1990″, afirmó.

La buena noticia para Lagarde es que Europa ha salido por ahora airosa. Ni la pandemia ha tenido consecuencias económicas estructurales. Ni las reservas de gas se acabaron en invierno. Ni la guerra comercial degeneró en recesión. La mala, que las fragilidades no han desaparecido. El crecimiento europeo se mueve muy por debajo del de China o EE UU, con Italia y Alemania estancadas; el tren de la inteligencia artificial está copado por tecnológicas norteamericanas, y las barreras nacionales todavía penalizan al proyecto comunitario.

Ante ese panorama, uno de los mensajes que más se ha empeñado en transmitir Lagarde en Florencia tiene un trasfondo más político que monetario: el poder de veto de los Estados miembros convierte a la UE en un gigante lento, complejo e incapaz de actuar con la contundencia requerida como hacen EE UU y China, por lo que hay que buscar fórmulas que primen la toma de decisiones por mayoría cualificada en lugar de por unanimidad.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.
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