Calella se resiste a empadronar a 200 obreros de la reforma del Camp Nou
Limak, la empresa contratada por el Barça para las obras, pide inscribir en este municipio turístico de Barcelona a unos 200 trabajadores extracomunitarios para que accedan al sistema de salud


Los autocares grises de Avant paran en la rotonda y escupen a los trabajadores sin demora, como en un desembarco. Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Los obreros aún llevan puesto el chaleco naranja y el casco amarillo. Sus caras reflejan cansancio, pero su paso es firme. Algunos se escapan un momento a Mercadona, pero la mayoría se encamina al hotel, que pronto será la hora de cenar y hay que darse una ducha y hablar con la familia que está lejos y relajarse un rato, que mañana hay que volver a madrugar, para que esos mismos autocares grises que ha puesto a su servicio la empresa Limak pasen a recogerles a las siete de la mañana y les conduzcan de Calella (Barcelona) hasta el Camp Nou.
Más de 700 de los más de 2.000 trabajadores que están reformando con sudor y madrugones el nuevo estadio del FC Barcelona se alojan en hoteles de Calella. Algunos llevan más de un año en esta ciudad situada 50 kilómetros al norte de Barcelona donde predominan el turismo de sol, playa y ocio nocturno. En verano, su población se duplica: de 20.000 a 40.000 residentes. Desde hace unos meses, la presencia de estos trabajadores se ha convertido en un dolor de cabeza para el Ayuntamiento: primero, por problemas de incivismo y seguridad ya superados; y ahora, por la voluntad de la empresa de empadronarlos en los hoteles.
Limak, la compañía turca a la que el Barça asignó la reforma del estadio, ha pedido al Ayuntamiento empadronar a unos 200 empleados de fuera de la Unión Europea (armenios, georgianos y kosovares) para que puedan “acceder al sistema público de salud”. La inscripción en el padrón municipal, sin embargo, está topando con fuertes resistencias del Ayuntamiento, hasta el punto de que los trámites están por ahora paralizados.
“Estas personas tienen un contrato de trabajo temporal, no dejamos que se empadronen porque no toca por ley. Además, nos preocupa el futuro. ¿Qué pasará con ellos cuando acabe el contrato? Se tendrán que ir. Entonces, ¿para qué se empadronan?”, explica el alcalde, Marc Buch (Junts per Catalunya), que ha mantenido conversaciones sobre la petición con el Barça, pero no con Limak. Buch considera que empadronar a esas personas puede suponer un problema en una ciudad cuyos servicios, como el de salud, ya están muy tensionados por el turismo masivo.
Limak puntualiza que el seguro médico ya cubre las necesidades de salud de los trabajadores, pero incide en que sería conveniente empadronarlos en los hoteles donde viven temporalmente para que tengan “acceso al sistema público sanitario solo en caso de necesidad fuera del horario laboral”. La empresa agrega que “todos los visados” de sus trabajadores están “vigentes hasta 2026″, que es “la fecha oficial de finalización del proyecto donde trabajan”.
El Barça, por su parte, confirma que ha hablado con el Ayuntamiento sobre el padrón, pero solo para pedir al alcalde que “se actuara conforme a la normativa”. A preguntas de este diario, una portavoz del club azulgrana subraya que “la problemática de los empadronamientos no tiene nada que ver con los plazos de la obra” del Spotify Camp Nou.

Tensión por los incidentes
En el trasfondo de esa pugna administrativa se encuentra, coinciden las fuentes consultadas, la preocupación por la delincuencia e incivismo atribuidos a una parte de ese contingente. La policía local ha registrado, desde marzo de 2024 hasta la actualidad, un total de 25 actuaciones relacionadas con los trabajadores del Camp Nou, que incluyen peleas y alteraciones del orden público (9), hurtos (5), delitos contra la seguridad vial (3), tocamientos a chicas en zonas de ocio nocturno (2) y consumo de alcohol en la vía pública y otros comportamientos incívicos (6). La mayoría de trabajadores pertenecen a empresas subcontratadas por Limak para acometer las obras. En dos casos se acabó con detención: uno por tocamientos a una trabajadora de un salón recreativo, otra por un robo con fuerza en una cafetería de la zona.
El Ayuntamiento puso los incidentes en conocimiento del Barça y de la Generalitat, lo que ha hecho disminuir de forma notable los problemas. “El club se ha involucrado siempre que el Ayuntamiento lo ha necesitado”, afirma la portavoz azulgrana. Limak, por su parte, admite los incidentes pasados y los atribuye a “la convivencia de muchos trabajadores de diferentes países y culturas”. En octubre de 2024, veinte de ellos protagonizaron una batalla campal frente al Camp Nou que acabó con seis heridos. La empresa matiza que, desde que encargó a un responsable “velar por el buen ambiente y el civismo de todos ellos, no se ha detectado ningún problema”. La compañía destaca también el “impacto positivo para el municipio” que supone la presencia, todo el año, de 700 trabajadores “en hoteles turísticos que normalmente están cerrados durante los meses de invierno”.
El Esplai, donde se alojan los trabajadores menos cualificados —hasta en la obra hay clases sociales— es un hotel de tres estrellas que ha aprovechado las crisis (menores migrantes, subsaharianos de Canarias, refugiados ucranios) para sacar rendimiento a las habitaciones todo el año. Los obreros más especializados y los empleados de Limak (capataces, supervisores, ingenieros, jefes de obra) se alojan en hoteles de mayor categoría.
La tarde del lunes, cuando los autocares ya han devuelto a los empleados a los hoteles, el ambiente en Calella es tranquilo. Emre (nombre ficticio) es turco y se ayuda de Google para dar su opinión mientras va a comprar provisiones al supermercado. “Estamos bien, hacemos todo lo posible. Pasamos calor y trabajamos duro”, dice Emre, uno de los más jóvenes del grupo.
Al otro lado de la calle, João se interesa por unas camisetas negras de manga corta en una tienda de souvenirs, bajo unos apartamentos turísticos donde se alojan adolescentes alemanes, que salen ya en busca de bares (es lunes, pero aquí el ocio no descansa). João es brasileño y lleva apenas un mes aquí. “Tenemos que madrugar mucho, cada día hay una hora y media con el tráfico”, dice el hombre, que confía en que su sacrificio le permita ahorrar un buen dinero antes de volver a casa.
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