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Columna
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Europa renquea frente a Trump

Bruselas por el posibilismo frente a la coerción de EE UU, entre aranceles, ‘dumping’ fiscal y presión militar

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el de Estados Unidos, Donald Trump, en Davos el 21 de enero de 2020.
Xavier Vidal-Folch

Europa renquea frente a los aranceles de Donald Trump. Nada de escandaleras. Los negociadores de Bruselas han combinado prudencia y firmeza en las negociaciones, para escapar de su amenaza proteccionista, sí. Aunque hayan primado posibilismo a rotundidad, la prudencia era exigible, para salvar un interés inmediato clave, el (vulnerable) superávit europeo en la balanza comercial bilateral de mercancías; y otro, de largo plazo, la apertura del comercio mundial, donde la UE es campeona.

La flojedad venía de origen: la tradicional obsecuencia de los 27 (y de la Comisión) ante EE UU. Afloró antes del último repecho negociador mediante concesiones externas a lo comercial. Cuatro, en concreto:

a) el olvido de una cuota comunitaria en la “tasa Google” a las multinacionales decidida en 2021 para cofinanciar el paquete de recuperación pandémica Next Generation;

b) la renuncia a incluirla junto a otros impuestos europeos para el paquete presupuestario septenal (2028/2034);

c) el obsequioso aplauso de Berlín, París, Roma y la Comisión al descuelgue unilateral de Washington del acuerdo en la OCDE sobre el mínimo del 15% en el impuesto de sociedades a las multinacionales: claro dumping fiscal favorable a EE UU. Y dañino para la UE (donde es exigible por directiva comunitaria). Una renuncia que para más inri de la competitividad en las empresas europeas se compensa con otro impuesto a las que facturen no ya más de 750 millones de euros, ¡sino más de 100!;

d) la ominosa genuflexión europea –salvo España-- ante el diktat de Trump en la OTAN de aumentar el gasto militar a un 5% del PIB, cuyo grueso se dedicará a comprar armas made in USA.

El problema es que los negociadores europeos han acentuado gratis esa flojera, a veces por omisión. ¿Cómo?:

Primero, por no blandir ni en la mesa, ni ante la opinión de EE UU, la evidencia de que su proteccionismo ha depreciado al dólar. Y encarecido el euro: en un 13,7%% entre el 10 de enero y este viernes. Es un recargo de igual cuantía a las exportaciones europeas. De efecto equivalente a un arancel invisible, aunque de duración incierta.

Segundo, por aceptar el marco de Washington, focalizado solo en la balanza de mercancías. Favorable a la UE con un superávit cercano a los 200.000 millones de euros (ya en 2023 fue de 157.000 millones, sobre un intercambio de 851.000 millones). Y no haber enervado la balanza de servicios, favorable a EE UU (en 2023, en unos 50.000 millones, de un total de 746.000 millones): solo se discutía sobre el flujo en que los europeos no tenían otra carta que la perdedora.

Tercero, por haber rehuido enfatizar el posible uso del instrumento europeo “anti-coerción” (reglamento 2023/2675 de 22/11/1023): la amenaza chantajista de Trump, contraria a la OMC, es coerción de manual, superior a las de China contra Lituania que originó esa norma. Que justo permite entrar a saco en el sector servicios: como los tecnológicos, de plataformas a satélites, esa catapulta de la élite trumpista. Incluso, al límite, prohibiendo su entrada en Europa. Esconder esa arma es exhibir vocación de perdedores.

Cuarto, por haber arrastrado los pies ante el llamamiento de los economistas Olivier Blanchard y Jean Pisani-Ferry reclamando un veloz liderazgo para formar “coaliciones de voluntarios” (al margen de EE UU) que restañen el multilateralismo perdido. La idea, agrupar a todos los países que representan el 85% del comercio mundial, por solo el 15% EE UU (veáse su luminoso Europe´s challenge and opportuniy: building coalitions of the willing, Bruegel y Peterson Institute, 13 de febrero).

Perezosamente, cuatro meses largos después, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, lo recogió, jibarizado, en una asmática y olvidada charleta a la cumbre europea del 26 de junio. Sin fuerza conjunta no hay fuerza mayor frente al hegemón.

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