A vueltas con la corrupción
Foucauld en su libro Vigilar y castigar describe las ejecuciones públicas espectáculo, que con el paso del tiempo terminarían en los patios carcelarios. En ocasiones el reo se congraciaba con el público despertando su simpatía y el pueblo se arremolinaba hasta conseguir el indulto forzado para evitar males mayores. Pero la pena de muerte no cambió el escenario por el cambio de la sensibilidad moral, por progreso moral, sino por salvaguardar la seguridad y el orden.
Aquí el "reo" es el político, presuntamente corrupto, especialista en mil dilaciones judiciales y en seducir al pueblo como un encantador de serpientes. Esta estirpe de políticos ha renunciado a la ética porque no cotiza electoralmente. Cuando una persona hace un acto con consecuencias morales está invitando a los otros, no con palabras sino con hechos, a que hagan lo mismo, y cuando un político comete actos corruptos está invitando a la corrupción generalizada, por más que se intente maquillar y desfigurar los hechos hablan por sí solos.
El efecto multiplicador de la corrupción del político que propone la corrupción como un hecho social hace que el grado de perversión moral sea mayor, están subordinando la ética a la política y se sitúan en el punto exacto de Maquiavelo.
Los últimos años nos han llevado a un grado creciente de envilecimiento moral quizás imparable. Buscamos desesperadamente políticos honrados que además de parecerlo lo sean de hecho; los partidos deberían arbitrar mecanismos eficaces y expeditivos para excluir de sus filas a los chorizos y sinvergüenzas de grueso calibre, y si alguno se cuela, que lo manden a casa, que no tengamos que esperar los mil y un juicios.
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