Cuestión de fe
Al astrofísico Stephen Hawking le persigue la caverna, por aventurar que no hubo intervención divina en la formación del Universo. De esto no hay duda, pero la diferencia entre el científico británico y los escépticos de oficio es que el investigador de las incógnitas sobre la teoría de la relatividad formula su proposición tras muchos años de observación y búsqueda de evidencias que sugieren su tesis. Los agnósticos, hay que reconocer que con menos esfuerzo pero con el incuestionable aval que nos brinda el entorno, llegamos a la misma conclusión. Dios, en cualquiera de sus denominaciones, formatos, hábitos, lenguajes y liturgias asociadas, no existe. En consecuencia, ni cabe esperar milagros, ni echar la culpa a una aclamada, aunque misteriosa, autoridad inmaterial oculta en las nubes e indetectable para el Meteosat. La responsabilidad de ciertas acciones o inacciones sólo cabe atribuirla a las decisiones adoptadas por sujetos que acostumbran a tener nombre, apellidos y una o más cuentas corrientes. Y sí, el paraíso existe, pero no lo busquen entre el Tigris y el Éufrates, porque aquello está en ruinas y gracias a la libre circulación de capitales adquirió notable volatilidad, de manera que un día se sitúa en Andorra, otro en Suiza, mañana en Islas Caimán y el siguiente en San Vicente y las Granadinas. Si tiene algo para evadir, consulte el mapa de isóbaras financieras. Según el autor de Historia del tiempo, no hubo dioses jugando a la petanca en la configuración astral. Se puede comprender el desencanto de cuantos habían creído a pies juntillas en sus sagradas escrituras, célebre ficción que ya en el primer capítulo desafiaba las leyes de la física con un bricolaje mayúsculo construido en seis días... y al séptimo descansó ¡Uf! Hace falta tener fe.
Saben las multinacionales de almas y sucursales autorizadas que con los descreídos de oficio pueden ahorrarse el esfuerzo y la inversión. Por eso se afanan en armar una condena a Hawking con un catálogo de dislates, donde ni la vieja escuela inquisitorial se adentraría. Entre los más pintorescos, aquellos que insisten en que la ciencia no ha probado la inexistencia de Dios. Por la misma regla de tres apelan a la inocencia de Camps, Fabra, Ripoll y resto de nómina patibularia, en tanto la policía es tonta y los hechos que obran en los expedientes judiciales son ciencia ficción. Como el Génesis, pero con grandes daños en la tesorería pública. El mundo al revés. Si no hay dios que evite tanta penuria a una ciudadanía gobernada por incompetentes y manirrotos, es que no existe y vamos camino de un agujero negro. Gana Hawking. La próxima vez prueben con Charles Darwin. La permanencia durante lustros de ciertas especies encaramadas al poder, sin que se vislumbre su relevo, cuestiona algunos aspectos de la teoría evolutiva. Y no precisamente en las Galápagos.
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