En el curso del no tiempo
Ante una película como Finisterrae, primer largo de Sergi Caballero -uno de los fundadores del festival Sónar, inclasificable artista plástico y miembro del colectivo pos-situacionista-delirante Los Rinos-, a algún espectador se le puede pasar por la cabeza la idea de que el debutante le está tomando el pelo. Lo interesante es preguntarse a qué tipo de espectador le asaltaría tal sospecha y, en la búsqueda de una posible respuesta, podría encontrarse la medida de esta obra anómala. Un objeto extraño que mezcla, contra natura, los registros de la película de artista, los ritmos rituales de las poéticas más esencialistas del cine de autor y un puñado de interferencias entre lo absurdo y lo onírico que conspiran en la desarticulación de las claves anteriores. Finisterrae está bien armada para enervar a quien vaya al cine buscando evasión y relato y para desconcertar -y, probablemente, irritar- a quien sienta un firme compromiso por ciertas poéticas ensimismadas y contemplativas del medio.
FINISTERRAE
Dirección: Sergi Caballero. Intérpretes: Pau Nubiola, Pavel Lukiyanov, Santi Serra, Yuri Mykhaylychenko.
Género: fantástico. España, 2010. Duración: 84 minutos.
En la ópera prima de Caballero, dos fantasmas -de configuración básica: dos sábanas con dos ojos negros en cada una de ellas- ocupan, hieráticos, el plano, hablan ruso con una cadencia que incluso a Tarkovsky se antojaría engolada y emprenden el camino de Santiago entre paisajes brumosos que al productor Luis Miñarro le recuerdan a las pinturas de Turner. El trayecto -una road movie a majestuoso ritmo de caracol- atraviesa bosques infectados de humor arrauxat, tropieza con estratégicas salidas de tono, interpola perturbadoras piezas de videoarte de la época de Los Rinos y desemboca en una suerte de petenera mágica, con ecos de cuento de hadas y, posiblemente, una de las más poderosas imágenes finales -un reno recorriendo, parsimonioso, el interior de un palacio vacío- del reciente cine español.
En Finisterrae parecen convivir dos formas de un mismo Sergi Caballero: el creador irreverente y asilvestrado y un visionario forjador de imágenes de palpable fulgor poético. Dentro de la película, las dos formas no parecen llevarse del todo bien. A lo mejor habría que ver, en la historia de estos dos espectros dispuestos a trocar el aburrimiento de la vida eterna por las incertidumbres de lo terrenal, un discurso autobiográfico: la historia de un artista que, a través del cine, lucha por transformarse en otra cosa.
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