Obama hace una apasionada defensa del civismo político
El presidente exhorta a los partidos a no demonizar al rival

La gestión de Barack Obama, como es obligado, será juzgada por sus logros y no por sus palabras. Pero su intervención ayer en defensa del civismo en la política, de la pluralidad y de la imperiosa necesidad de respetar las ideas de los contrarios, aún siendo sólo palabras, constituye también una monumental contribución al fortalecimiento constitucional de Estados Unidos.
Obama habló en la ceremonia de graduación de la Universidad de Michigan en tiempos difíciles. Este país, como otros, atraviesa por un periodo de áspera confrontación política que bloquea la actividad en el Congreso, polariza a los medios de comunicación y envenena las relaciones personales. Algunos hacen responsable al propio Obama de ese clima, por gobernar demasiado a la izquierda. Otros culpan a la derecha, por haberse hecho demasiado extrema.
El presidente no quiso ayer señalar culpables, sino recomendar a todos calma y generosidad democrática. "Si usted es alguien que lee normalmente los editoriales de The New York Times [el periódico de los progresistas]", dijo, "trate de leer de vez en cuando los editoriales de The Wall Street Journal [el periódico de los conservadores]. Quizá le hagan hervir la sangre, quizá no le cambien su forma de pensar, pero la práctica de escuchar los puntos de vista opuestos es esencial para ser un verdadero ciudadano".
Los ciudadanos son a veces agentes y a veces víctimas de esta permanente excitación política, pero los principales responsables, señaló Obama, son los propios políticos, con su vulgar y oportunista forma de ganar adeptos. "Diseminar acusaciones de comunista o fascista puede servir para conseguir titulares", manifestó, "pero también tiene el efecto de comparar a nuestros rivales políticos con regímenes totalitarios y hasta sangrientos. Se puede discrepar sin necesidad de demonizar a la persona con la que se discrepa, se pueden poner en duda sus juicios sin necesidad de poner en duda sus motivos o su patriotismo".
Ese cruce de insultos, de gruesos titulares, resulta particularmente grave, según Obama, por el gigantesco poder de resonancia de los nuevos medios de comunicación, que permiten tanto el acceso a un mundo ideológico más plural como la potenciación del fanatismo con la reiterada confirmación de prejuicios. "Si elegimos exponernos a opiniones e ideas que siempre están en consonancia con las nuestras", dijo el presidente, "hay estudios que sugieren que sólo conseguiremos aumentar la polarización".
En Estados Unidos, ese fanatismo se refleja frecuentemente en el debate sobre el papel del Estado. La derecha norteamericana, que nunca ha estado, como en Europa, envuelta en aventuras autoritarias, reivindica la libertad individual como un valor sagrado y acusa a la izquierda de intentar permanentemente cercenarla. La izquierda argumenta con énfasis sobre la necesidad de un Estado más intervencionista.
Obama consideró ayer que ese debate está hoy algo fuera de lugar. Defendió al Estado en las manifestaciones obvias de su vigencia —las carreteras, las fuerzas de seguridad, universidades públicas como la de Michigan—, pero lo defendió sobre todo como un instrumento más, no el primero ni el principal, para promover la prosperidad. "En la era del iPod y TIVo [televisión a la carta]", señaló, "el Estado no puede tratar de dictar tu vida, pero sí puede darte las herramientas que necesitas para triunfar".

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