Salir de la calle

Ocultar la realidad es mentirse. No ha querido hacerlo y ha dibujado con trazos de tela de araña la angustia y la desesperación de su vida en la calle. Fueron 15 los años que Miguel Fuster (Barcelona, 1944) vivió a la intemperie, refugiado en el alcohol, cubierto por el sol y unos cartones. Su desgraciada vida fue haciendo mella en su espigado cuerpo, machacado por el tiempo, dolorido por la indiferencia y agradecido por esos personajes que supieron alcanzarle la mano en los momentos más difíciles de su existencia.
Sus ojos vidriosos y su facilidad de palabra llevan casi sin darse cuenta a su mundo callejero. Fumador compulsivo, solicita que cambiemos el lugar de la cita mientras paseamos por el barrio gótico de Barcelona. La fotógrafa le pide detenerse bajo unos soportales para retratarle. Al fondo, tres hombres con sus carritos inundados de bolsas tratan de esconderse de los disparos de la máquina. Ocultan en un saco de papel el alcohol que beben poco a poco. "La lata o la litrona de cerveza es el primer paso para quedarte en la calle. Luego pasas al cartón de vino y de ahí no te bajas. Salir es difícil, muy difícil. Dejé de beber hace tiempo, pero sigo siendo un alcohólico. Si ahora probase tan sólo un sorbo caería de nuevo".
En la terraza del bar habla de sus años como aprendiz en Ediciones Bruguera, del tiempo en que trabajaba como dibujante de cómic romántico para revistas del norte de Europa y de cómo se quedó descolgado en la década de los ochenta de las tendencias creativas del momento. No dio el salto a la creación propia y el esplendor del cómic le pilló viviendo en la calle, alejado de lo que ocurría en el mundo. "Mi única obsesión era conseguir los cuatro cartones de vino que necesitaba para tenerme en pie. El dinero para comprarlo lo conseguía pintando acuarelas de toros y flamencas para los turistas. Malvendía mis obras, pero era la manera de ir tirando. Han sido contadas las ocasiones en las que he mendigado, no me gustaba". Salió del alcohol gracias al trabajo de los voluntarios de la Fundación Arrels -desde 1987 se dedican en Barcelona a la atención de personas sin hogar- y empezó con un blog en el que con sus dibujos, cuadros y textos empezó a contar sus vivencias callejeras. De ahí surgió la oferta de la editorial Glénat para que hiciese un álbum contando lo que había sido su vida en la calle. Su autobiografía no es nada complaciente. "He luchado contra el resentimiento, me he sentido muchas veces humillado al ver cómo se apartaban de mí con temor, aprensión y desprecio. Antes de que me recogiesen era un espectro invadido por el alcohol, un despojo de poco más de 40 kilos".
Fuster está ilusionado con el proyecto en el que está embarcado. Tiene ganas de pintar, de recuperar el tiempo perdido o parte de ese tiempo en el que supo lo que era "morir las 24 horas del día en una agonía de miedo, dolor e indignidad". Tiene previsto abordar otros aspectos de su vida, otros personajes que se han cruzado en su existencia. "Creo que he encontrado un punto interesante de trabajo en el que puedo desarrollar mi creatividad".
Las primeras viñetas del álbum reflejan unos personajes con claras influencias de los dibujos románticos que él realizaba y a medida que va avanzando su trabajo los trazos son más duros y muestra la crudeza de su existencia. "He vivido desposeído de todo, sin ni tan siquiera una cueva para refugiarme, convertido en una ruina gimiente. Raído por los recuerdos, hace tiempo que dejé de mortificarme sobre si soy culpable o inocente". Su último refugio en la calle se situaba en la parte trasera de la catedral de Barcelona, bajo los arcos y tras unos arbustos. "Allí, sobre unos cartones y con unos periódicos bajo la ropa para quitar el frío, conseguía dormir hasta que a las seis llegaban los agentes y me despertaban". El cobijo de la plaza fue su techo antes de abandonar la bebida. El último capítulo del álbum está dedicado a esa parte de su vida. Por él desfilan personajes reales que día a día le ayudaban a pasar la jornada. Desde la barrendera al indigente, desde el ciudadano que le ofrecía un colchón o el tabernero que cada noche le preparaba un bocadillo. "Me encontraba en una situación de deterioro tan grande que era incapaz de pintar para conseguir unos euros. Daba la vuelta a la iglesia y atenazado por el terror que me causaba el quedarme sin bebida me tuve que doblegar, humillar y pedir limosna".
Ese lugar de la plaza en el que Fuster dormía solo lo ocupan, cada noche, ocho indigentes. Actualmente existen en Barcelona cerca de un millar de personas que pernoctan en la calle.
Miguel, 15 años en la calle. Miguel Fuster. Glénat. Barcelona, 2010. 172 páginas. 17,95 euros. miquelfuster.wordpress.com.

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