Enemigos
Dicen que decía Napoleón que la magnitud de una carrera se veía en el nivel de los enemigos que uno acumulaba. No sé yo si la cita es real, pero sí les digo que me viene muy bien para mi idea central. No me parece un mal baremo el medir la carrera profesional de un deportista por los rivales que ha tenido enfrente y a los que habrá vencido o no, de eso depende y eso es lo que hará que esa carrera sea más o menos brillante. Por ejemplo, a mí me gusta relatar los delanteros con los que he competido, los equipos con los que me he medido en las finales que he tenido la suerte de disputar. Me gusta recordar aquellos equipos que, sin ser de la gran élite, me han puesto en dificultades y me gusta más recordar esos partidos que se dan por triviales, pero de los que he salido con el marcador inmaculado. Para construir una gran carrera hay que tener rivales con los que medirse y si estos rivales son de envergadura harán que nuestra carrera tenga más valor, sea más completa.
No soy de los que prefieren ganar en una competición de mínimos, sino por una visión de máximos
Seguramente ya van descubriendo hacia dónde se dirigen mis reflexiones, pero las presento de forma clara: no soy de lo que creen que hay que destruir al contrario; no soy de los que creen que cuanto peor les vaya a ellos mejor para nosotros; no soy de los que prefieren ganar en una competición de mínimos, sino por una visión de máximos. Me gustan las competiciones en las que los buenos se miden en plenitud de condiciones para dirimir quién de ellos ha sido capaz de planear mejor el encuentro, de encontrar los mejores golpes, la mejor estrategia de carrera, ha tenido el valor de intentarlo en un momento en el que nadie pensaba que ésa era la curva decisiva. Me gusta descubrir en el terreno de juego esa chispa de genialidad que brilla plena de trabajo específico. Sí, también les reconozco que mis instintos me llevan a verme a veces lejos de mi ideal deportivo, deseando que el rival de Nadal mande la bola a la red con su segundo saque y el de Manacor se lleve el torneo en disputa. Nunca dije que era perfecto. Más bien, cuando me descubro en estas fases del pensamiento, busco rebobinar mi exceso de pasión ganadora para recordarme, que Rafa será más grande con ese último punto mágico ganado que le dará el último break del partido y que, además, él es grande porque es capaz de sentir, buscar y conseguir ese punto imposible.
Bueno, pues todo lo anterior no es nada más que para decirles que el pasado domingo disfruté a lo grande con el clásico, disfruté de un Real Madrid que se fue a por el partido con grandeza y que esa misma grandeza es la que hace mayor la victoria del Barcelona. Pero que, a su vez, la trayectoria mágica del Barça hace que un resultado adverso como el del Camp Nou pueda ser entendido como un paso adelante para el equipo blanco. No es lo mismo caer derrotado yendo a por el partido, buscando al rival, retando y desafiando al campeón con el honesto deseo de querer ocupar la plaza que ahora mismo los culés ocupan. Ya sé, me lo recuerdan casi cada día mis amigos blancos, que la historia del Real Madrid no permite alegrase de una derrota, pero la misma historia está llena de batallas disputadas poniendo lo mejor de cada contendiente y en las que no siempre el resultado fue favorable a los merengues.
De la misma manera, una victoria como la del domingo no generará los ríos de tinta blaugrana como los de la temporada pasada, pero para cualquier barcelonista amante del deporte del fútbol (abstenerse forofos) le deparará el sabor de las victorias exigidas, de los logros importantes, de aquéllos obtenidos ante un rival grande.
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