Golf para todos en A Coruña
Uno de los profesores del campo de A Torre empezó como 'caddie' de Franco

A los pies de la Torre de Hércules, justo enfrente de donde acabó sus días el petrolero Mar Egeo, se levanta el único campo municipal de golf de Galicia, solitario legado de una idea que lanzó en su día Severiano Ballesteros, abanderado de una generación de jugadores que demostró que para meter la bola en el hoyo no hacía falta tener el bolsillo lleno. Cuando el genial cántabro empezó a coleccionar triunfos le preguntaron la receta para que el golf saliera de su jaula de oro. Y dijo que la solución era sembrar campos municipales. Esa homilía la predica Seve desde hace 30 años y en A Coruña tardaron 20 en hacerla suya.
En A Coruña al menos lo hicieron, porque el resto de los 23 campos gallegos pertenecen a clubes privados. Sólo el de Meis, que depende de una fundación pública presidida por el alcalde, se acerca en su filosofía al de A Torre. El campo municipal es de reducidas dimensiones y tiene tan sólo nueve hoyos, pero cuenta con más de 2.000 abonados, jugadores aficionados de todas las edades que descubrieron el golf gracias a tipos como Alberto Veiga, uno de los cuatro profesores que imparten clase a precios accesibles. "Cada trimestre tenemos a más de 100 personas apuntadas a los cursos de iniciación y pagan por 24 sesiones lo mismo que en un club por una sola clase. Además hemos cubierto todas las plazas disponibles para niños", indica.
Es el único campo municipal de los 23 que existen en Galicia
"Aquí pueden jugar los abuelos contra los nietos o cerrarse negocios"
Coruñés de Palavea, Veiga tiene una historia detrás, la del niño de un barrio obrero que descubre el oropel como caddie. Fue a finales de los sesenta, cuando tanto él como sus amigos descubrieron que monte arriba estaba A Zapateira. Y hacia allí se encaminaban a buscarse la vida, a cargar palos y recoger bolas y propinas. Veiga lo hizo con gente de todo tipo y condición. Con Franco, por ejemplo.
"Llevaba tres chiquillos que le hacíamos de caddies, uno iba con él por el centro y dos por los lados. Siempre iba en línea recta hacia el hoyo y nosotros recogíamos las bolas que se marchaban a los lados y las situábamos de nuevo en la calle para que las jugara". El dictador no variaba el rumbo, pero mientras estaba en Meirás no perdonaba sus cuatro hoyos diarios.
Veiga y sus amigos pronto se hicieron imprescindibles para la elite que poblaba A Zapateira y con el tiempo ya no tenían que subir andando: "Nos llevaban los socios en sus coches". Por el camino aprendieron los rudimentos del golf, a amarlo, comprenderlo y propagarlo.
Aquellos pequeños, unos 30, se mantienen en contacto y han encontrado un nuevo vínculo con la organización de un torneo de golf para caddies, que celebrará su segunda edición dentro de dos fines de semana en Miño. Juntos recuerdan los buenos y los malos momentos, cómo lidiaban con una fauna afortunada en lo económico, pero dispar en el trato. Veiga todavía recuerda algunos reproches por bolas que se perdieron, pero también la generosidad de quien tenía y sabía repartir.
Ahora, junto a la Torre de Hércules vive el golf de otra manera y recoge el guante que lanzó Ballesteros. "Queremos golf para todos, pero que ello no vaya en detrimento de la calidad de vida de los que enseñan", explica. En Galicia hay una treintena de profesores como él, que viven sobre todo de las clases, pero éstas se pagan mejor lejos de los campos populares. "Pagamos un cierto peaje por ello, pero personalmente estoy de acuerdo si así llegamos a más gente", asiente Veiga.
A Coruña es un ejemplo, pero en Asturias hay cinco campos públicos y en Cantabria cuatro. Todos tienen una ocupación máxima porque meterla es un reto que engancha. "Todo el mundo es válido para jugar, no es como en otros deportes, que los haces mal y te vas al banquillo. En el golf todo el mundo es titular indiscutible", entiende Veiga, que incide en la vertiente social de la modalidad. "Queremos que la gente lo vea como un deporte para la familia, que el campo es un buen sitio para que un padre charle con su hijo. Aquí pueden competir los abuelos contra los nietos o cerrarse negocios".
Más complicado parece avanzar en la explotación del golf como fenómeno turístico. Lo es en la Costa del Sol, pero también en Escocia, de modo que el clima no es un factor determinante. Y ahí Veiga, 30 años después, retoma a Ballesteros. "Los mejores campos que hay en Galicia son cerrados".

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