Conjuras para necios
Dicen de Pedro Solbes que se cayó en una marmita de cloroformo cuando era pequeño y que era capaz de dormir a varios directores generales a la vez gracias a su pausada cadencia vocal. Cuentan también que, con ocasión de su primera entrevista con Magdalena Álvarez, un subalterno le preguntó qué estrategia iba a seguir para frenar la huracanada verborrea de la ministra de Fomento, y él respondió: "Hablarle bajo". Ahora, cuando Solbes deja su escaño, parece oportuno recordar que no se merece las imputaciones de turbia politiquería que se le atribuyen desde el PP. Solbes dejó el Gobierno porque su tempo político, pausado y soñoliento, no casaba con la hiperactividad verbal del presidente. Tardía o no, tuvo una concepción precisa de la crisis (bastante más de lo que se puede decir de Zapatero y Rajoy), a saber: el crash y la recesión vienen del exterior, por lo tanto, poco puede hacerse con medidas internas de política económica por fuerza limitadas, y el remedio principal consiste en soportar y acelerar el ajuste de los mercados afectados.
Triunfó finalmente la opción, más o menos acertada pero en todo caso aplicada sin orden ni concierto hasta ahora, de activar las políticas de estímulo de la demanda, y justo entonces Solbes abandonó el Gobierno. Las cuentas políticas deberían estar saldadas. Pero la dirección del PP, experta en manías persecutorias y diestra en elucubrar maquinaciones, ha decidido sacar punta a su renuncia al acta de diputado en vísperas de la votación de los Presupuestos de 2010, y lo ha insertado en una supuesta conspiración con otros ex ministros, como Jordi Sevilla, destinada a aislar al presidente del Gobierno.
El supuesto de que hubiera una conjura de ex cargos económicos para denostar las decisiones de Zapatero no supera una mínima exigencia de verosimilitud. Sin perjuicio de que Solbes y Sevilla consideren equivocada la política económica, la bellaquería de la imputación retrata a quien la difunde y explota. En todo caso, la retirada de Solbes se dejará sentir, porque, pese a sus errores, empobrece la política económica del país. Cuando se retiren Montoro o Cañete nadie tendrá la humorada de lamentarlo.
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