El árbitro del gusto
El príncipe Carlos de Inglaterra ha conseguido evitar que el arquitecto Richard Rogers construya un edificio de apartamentos en unos antiguos cuarteles de Chelsea, en Londres. Esos cuarteles, que ocupan una superficie de casi 13 hectáreas, fueron adquiridos en 2008 por una empresa qatarí por 1.135 millones de euros. La idea inicial era
la de levantar en ese privilegiado espacio -es uno de los barrios más caros de la capital británica- varios edificios de unos 10 pisos de altura que incluyeran hasta 638 apartamentos. Las autoridades locales autorizaron, sin embargo, que se construyeran sólo 552, y fue Rogers el elegido para poner en marcha un proyecto que se caracterizó por sus dos elementos exteriores predominantes: el acero y el cristal. Faltaba un último trámite para ponerse manos a la obra: la aprobación definitiva del proyecto, que iba a producirse la pasada semana. Es cuando intervino el príncipe Carlos.
Y tuvo éxito. Escribió una carta a la empresa qatarí, en la que pedía a sus responsables que reconsideraran el diseño de Rogers, y los nuevos dueños de los cuarteles, impresionados acaso por la relevancia del personaje que se había molestado en inmiscuirse en sus asuntos, han retirado el proyecto. Rogers ha pedido, en declaraciones a la BBC, la creación de una comisión de expertos para examinar las competencias del príncipe de Gales en asuntos como éste. Lo cierto es que no debería ser necesaria ni siquiera esa comisión. Al fin y al cabo, ¿qué autoridad tiene el príncipe Carlos en cuestiones de gusto arquitectónico? Puede opinar, sin duda, pero nadie debería hacerle caso por ser príncipe.
Y Rogers, entretanto, se ha quejado de que no quiere debatir.
Qué podría decir? Me gusta o no me gusta. Rogers, en cambio, podría desbaratarlo en una discusión. De las dos cosas propias que le han dado fama al príncipe Carlos, la de su dudoso gusto arquitectónico es una de ellas.
La otra es la procacidad de su lenguaje sexual. Si se acepta resignadamente que imponga sus gustos en materia arquitectónica, nada impedirá que alguna vez lo intente con sus piropos.
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