Biempensantes
Un amigo me propuso recientemente que diera una charla sobre Edmund Burke, coincidiendo con la publicación de la traducción al euskera de su Reflections on the Revolution in France. Rechacé su propuesta, como tengo por costumbre, pero le sugerí que no le faltarían candidatos para la tarea. No era fácil hallarlos, pues había contactado ya con algunos y se había encontrado en todos los casos con su negativa. Además, no le decían que no porque no lo hubieran leído, sino porque Burke era muy conservador. Manchaba. Y Burke era, en efecto, un conservador, pero era un escritor formidable, sus argumentos eran agudos y bien fundamentados y podía ser un magnífico sparring. William Hazlitt, el estupendo ensayista romántico inglés, siempre lo admiró, pese a que ideológicamente se hallaba en sus antípodas. Hazlitt, jacobino hasta la muerte, admirador y defensor de Bonaparte -¡en Inglaterra!-, le manifestó lo siguiente a Coleridge sobre Burke: "Siempre lo he tenido en gran estima. Hablar de él con desprecio puede ser indicativo de una mente democrática vulgar".
Los vascos, concluía mi amigo con ironía, somos progresistas por definición y no podemos dar un paso que ponga esa consideración bajo sospecha. Se trata, creo, de un progresismo gestual. Un progresismo de catecismo, una práctica muy adecuada para nosotros, que venimos del catecismo. Somos capaces de rechazar a Burke, como si de la peste se tratara, pero aceptamos sin rechistar que nuestro Gobierno guipuzcoano deposite parte de la gestión que le corresponde en manos de un lobby empresarial, que sirve además, al parecer, para recolocar a los damnificados del cambio. Una medida muy progresista. Hoy se discute entre nosotros si los guipuzcoanos pensamos o no demasiado y si no se hallará ahí la razón de que nuestros proyectos no salgan adelante. Me parece una visión muy amable de las cosas: veríamos librepensadores donde sólo hay bienpensantes. No, nuestras desventuras provienen de nuestra incapacidad para cuestionar el catecismo postcristiano que hemos adoptado como seña de identidad. Como todo catecismo, delimita muy bien el ámbito de lo no permitido.
Leo una entrevista reciente con Antonio Basagoiti y me parece un líder con futuro, y además homologable, quiero decir vasquizable. En un relato de Isak Dinesen, La familia Cats, todos los miembros de esa familia, generación tras generación, son honrados y admirables. Con una excepción: en cada generación hay siempre una oveja negra. Ocurre que el perdulario de la última generación decide regenerarse y ahí comienzan los problemas. De pronto, los demás miembros de la familia descubren que han dejado de ser buenos y honrados y que empiezan a cometer desmanes, por lo que se confabulan para convencer a la oveja negra para que vuelva a las andadas. Basagoiti, porfa, vuelve a la caverna. No vaya a ser que todos los bienpensantes de este país se den de coces con la imagen que les devuelva el espejo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.