Serrat, entre proverbios y clásicos
Los temas de Serrat están desde hace mucho tiempo ligados si ambages al espinazo sentimental de al menos una generación y media de este país. Y eso provoca que por momentos ni siquiera necesite cantarlos. Al menos fue lo que ocurrió la noche del viernes pasado en la atestada Casa de Cultura de Burjassot, en una bulliciosa noche que amenazaba lluvia, aunque las nubes luego no pasaran a mayores. Y en donde los tímidos murmullos del público daban voz al estribillo de Paraules d'amor, cuya interpretación fue tan popularmente aclamada que el propio cantautor catalán la presentó como una "canción karaoke", y no sin razón. Y eso también explica el invariable fervor que su parroquia, generalmente superando la cuarentena (aunque no falta tampoco de veinteañeros) le dedica cada vez que pisa un escenario. Por mucho que el repertorio depare muy pocos extravíos con respecto al itinerario más común (y en ese apartado cabe inscribir también su complaciente gira con Sabina hace dos años). La noche había comenzado con la solemnidad machadiana de la añeja Cantares, había vadeado luego por los vericuetos ragtime de Los fantasmas del Roxy, e incluso había fondeado en las aguas menorquinas de su más reciente Mô (2006), con Plou al cor o Si hagués nascut dona. Pero los clásicos son los clásicos, y con ellos no se juega. El intimista formato de su gira, con el piano del fiel Ricard Miralles dándole el contrapunto a su voz y a su ocasional guitarra, le dio al de Poble Sec pábulo para compadrear con el público en la distancia corta, mediante monólogos plenos de sorna mediterránea. De hecho, su repetida broma del proverbio chino sirvió como hilo conductor a largas peroratas en las que la evocación de su amigo Gila era más que un recuerdo. Pero nada le exime, una y otra vez, de volver a sacar del armario Hoy puede ser un gran día, Mediterráneo o Fa vint anys que tinc vint anys, algunos de los peajes que se ve casi obligado a transitar, gustosamente, concierto tras concierto. Y algunas de las claves de la recta final de un recital que, con las entradas previamente agotadas, rebasó las dos horas de duración y reafirmó el refrendo popular de unos Deu Díes de Burjassot que, con agudo entusiasmo, plantan cara a los recortes presupuestarios. Con tótems tan indiscutidos como Serrat, es fácil comprender su viabilidad.
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