La presidenta argentina se va sin verse en público con empresarios
Kirchner recuerda la "borrascosa" cita de su marido en 2003

El presidente del Congreso, José Bono, tuvo que recolocar apresuradamente los micrófonos cuando la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, en vez de ponerse en pie para leer su discurso, como él mismo había hecho, se quedó sentada. No por falta de respeto sino, seguramente, por falta de conciencia del carácter del acto: una sesión extraordinaria y solemne de las Cortes, reservada a los jefes de Estado de los países más amigos.
Kirchner tampoco pareció reparar en la inoportunidad de defender el diálogo con los terroristas un día después de que ETA hiciera estallar un coche bomba.
Finalmente, los continuos retrasos (incluso en la cena de gala que le ofrecieron los Reyes) alimentaron la sensación de desinterés que rodeó la visita, cuya duración se recortó, antes de empezar, de tres jornadas a dos.
Y es que Fernández pasó de puntillas por Madrid. Eludió reunirse, como es habitual, con un grupo de empresarios. No se quiso arriesgar a repetir una "cumbre borrascosa" como la que, según sus palabras, protagonizó su marido y antecesor, Néstor Kirchner, cuando visitó España en 2003. Prefirió recibir por separado y en privado a directivos de algunas empresas con fuertes intereses en su país, como Repsol-YPF o Telefónica. Y frustró la expectativa de que su visita sirviera para zanjar el contencioso de Aerolíneas con Marsans.
Al no correr riesgos, tampoco podía haber ganancia. "La confianza de las empresas españolas está intacta", dijeron fuentes diplomáticas. Y la desconfianza.

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