Sexo arriba y abajo
El metro incita al sexo: un puñado de personas estableciendo contacto visual e incluso físico mientras comparte un espacio reducido meciéndose en la oscuridad. No hay testigos externos, se pierden las referencias espaciotemporales, el viaje es un limbo donde parecemos aislados de la realidad, del mundo, de los códigos morales, de las leyes y los tabúes. El propio tren surcando los túneles es una metáfora erótica.
Esta reflexión es algo forzada, pero lo cierto es que en los últimos meses no dejamos de leer noticias que relacionan el metro con el sexo. En septiembre el propio diario gratuito Metro hablaba de las masturbaciones que varios hombres se procuraban entre sí sistemáticamente a las siete de la tarde en el primer y el último vagón de las líneas 1 y 2, especialmente cerca de la parada de Sol. Y hace apenas un mes fue sancionado por la compañía metropolitana uno de sus conductores por introducir en la cabina a un travesti que le practicó una felación entre Sol y Moncloa.
Los medios de transporte son tradicionalmente morbosos
Es precisamente en estos dos puntos neurálgicos de la red del metro donde se han instalado desde hace unos días parte de las nuevas 150 máquinas expendedoras de preservativos. Quizá el Ayuntamiento ha comprendido que a los viajeros del metro no sólo les puede resultar útil comprar condones de camino a una cita sexual, sino que es posible que el encuentro carnal se produzca en el propio convoy.
Es verdad que la mayor parte de los viajes en metro se realiza a primera y última hora del día, con sueño y cansancio, pero también es cierto que la propia rutina y abulia del trayecto estimulan a los pasajeros a mirarse y a fantasear. En realidad poca gente practica sexo en los trenes, pero casi todo el mundo fabula con alguien del vagón. Pensamientos incontrolables sobre chicos y chicas que se perderán por un pasillo o una escalera mecánica para siempre, amores o pasiones imposibles quebradas por un transbordo.
Los medios de transporte son tradicionalmente morbosos. Los trenes de largo recorrido tienen una connotación más romántica, mientras que practicar sexo en el reducido aseo o bajo la escueta manta de un avión es una conocida fantasía. Existe el Mile High Club, un selecto grupo de personas que han fornicado a más de una milla de altura. En la página oficial del club se pueden comprar pegatinas, pines o llaveros con la insignia del cenáculo. El Mile High Club lo formó en 1916 el norteamericano Lawrence Sperry, un consumado amante e instructor aéreo de mujeres y, como es lógico, el inventor del piloto automático.
La fiebre por hacer el amor en las alturas ha inspirado compañías aéreas como la canadiense Love Air o la estadounidense Hooters Air que fletan avionetas donde mantener relaciones sexuales. Otra asociación que va cobrando fuerza es el Mile Long Club, un grupo de personas que lo ha hecho en el Eurostar mientras cruzaba el canal de la Mancha, contra el que precisamente se acabó estrellando mortalmente el joven Sperry, presumiblemente acompañado, desnudo y feliz.
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