Megarretratos en Times Square
Raúl Vincent Enríquez proyecta sus fotos sobre un rascacielos neoyorquino
El récord cocinando burritos lo batió el pasado 4 de marzo, en la fiesta de inauguración de I in the sky (Yo en el cielo), en la planta 45 de un hotel neoyorquino, en pleno Manhattan. "140 en tres horas, ésa es mi marca". No quedan rastros del tartamudeo nervioso -lo dejó colgado al alcanzar la edad adulta- en la voz de Raúl Vincent Enríquez. Este artista multidisciplinar (fotógrafo, videoartista, músico y cocinero), de 46 años, es el responsable de la pantalla de 15 metros de alto que desde el pasado 6 de marzo cuelga del piso 48 del edificio 4 Times Square (conocido por los neoyorquinos como el inmueble Condé Nast).
Desde una gigantesca televisión, a 264 metros de altura, cientos de hombres y mujeres guiñan el ojo, fruncen el ceño o sonríen a los viandantes. Rostros somnolientos, provocativos o cansados. "En Nueva York, nadie se para por la calle. Nadie clava los ojos en los del vecino. Mi intención es fomentar la humanidad. Quiero enseñar a mirar directamente a los ojos", explica por teléfono desde Nueva York, adonde se mudó en 1999 este creador de origen mexicano nacido en Los Ángeles.
Los ojos, los mismos que vertebran gran parte de la obra de Vincent Enríquez, repiten como protagonistas en Yo en el cielo. Una sucesión de series de 30 fotografías de un mismo rostro; una por segundo. Como en esos libros de ilustraciones que, al pasar las páginas, generan la ilusión de movimiento. "Se han retratado unas 460 personas. Queremos llegar a 10.000", precisa Vincent Enríquez. Pasar a formar parte de la mítica estampa de los rascacielos es gratis y fácil, siempre que a uno no le dé mucho corte. Basta visitar la galería Chashama, acceder al clásico fotomatón, ajustar la silla, y pulsar el botón verde. La tecnología se encarga del resto. "Un programa que he diseñado amplifica los gestos y alinea los iris de las imágenes", describe Vincent Enríquez.
Identidades anónimas que rotarán hasta el próximo 26 de abril de forma aleatoria en el cielo neoyorquino. El proyecto, en el que Vincent trabaja desde octubre de 2007, ha costado más de 50.000 dólares (32.432 euros) y se debe a Anita Durst, propietaria de la galería Chashama y miembro de la Organización Durst, dueña de la pantalla, del edificio y de buena parte de los bienes inmuebles de la ciudad. "Si llueve, vienen unas 40 personas al día; si no, unas cinco".
Vincent arrastra la obsesión por los retratos desde hace cinco años. "Son eternos, me fascinan. Son máquinas del tiempo", señala. De la experiencia con el fotomatón ha sacado una conclusión: "Los neoyorquinos disfrutan haciéndose fotos, son de lo más vanidoso".

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