Lo que vale un peine (usado)
No deben ni haberse enterado de la campaña publicitaria AquiReciclem.cat, y si ven esos anuncios seguro que no se dan por aludidos. Sin embargo, ellos son los nuevos traperos barceloneses o, por decirlo en plan fino, los nuevos recicladores. Les encuentras sobre todo por el Ensanche y zonas circundantes, y se les distingue enseguida porque todo en ellos y en su sistema logístico es puro reciclaje. El jersey usado que llevan, los zapatos de segundo pie y, sobre todo, los vehículos no contaminantes en los que van cargando la mercancía. Como el protagonista de La carretera, la gran parábola de Cormac McCarthy, empujan un viejo carrito de supermercado o un cochecito de niño, el esqueleto de una minicarretilla portabombonas.
Sea cual sea el vehículo de tracción humana que emplean en su noble oficio, se trata siempre de un trasto estropeado, viejo o pasado de moda que alguien tiró y que ellos han reparado hasta lograr que recuperase su funcionalidad, para utilizarlo en esta su segunda y noble vida no para llevar la compra ni el niño, sino los cachivaches, prendas de vestir, tuberías de plomo, televisores usados y demás residuos producidos por nuestra civilización de la afluencia.
Todo eso que nosotros consideramos viejo, o antiguo, lo que se ha estropeado y ni somos capaces de reparar ni consideramos útil hacer que alguien repare, y que solemos dejar a veces en el contenedor gris de las basuras inclasificables o, más menudo, justo al lado de cualquiera de los elegantes contenedores multicolores que la Administración local pone a nuestra disposición.
Antiguamente se llamaban traperos, y no estaban bien vistos. Recuerdo a Pedro, compañero del cole, contándome avergonzado que no pensaba continuar la tradición familiar porque incluía cosas tan terribles como separar de los montones de ropa y trapos usados prendas como una compresa higiénica de señora o unos pañales de bebé, asunto que a mi buen amigo le producía una repugnancia insuperable.
Hoy en día, con la desaparición del trapero tradicional, todo va a los contenedores, más o menos bien separado. Hasta en un minipiso, dice el anuncio del AquiReciclem.cat, una pareja joven, moderna y desenfadada, puede encontrar emplazamiento para los tres cubos de basura en donde debemos clasificar, ya en casa, los residuos de nuestras vidas, tan modernas, tan agitadas. Pero la desidia, el despiste, las prisas y otros vicios urbanos hacen que buena parte de los desechos vayan al fondo del contenedor gris, o queden dispersos por la acera o la calzada.
Ahí es donde intervienen los nuevos recicladores, gente que sabe lo que vale un peine, incluso un peine sin púas. Los vecinos más civilizados lo saben y, tras haber separado cristales de briks y papel, dejan al aire libre y en lugar bien visible la tele vieja y el minipimer usado, el mueble antiguo, el ordenador anticuado y el cochecito del niño. Lo saben esos vecinos y lo saben los nuevos traperos -perdón, recicladores-, que van circulando con su vehículo no contaminante y reciclado, se detienen junto a cada montón de basura y, sin hacerle ascos a nada, separan, desmontan, y, en lugares de la ciudad que ni el lector ni el cronista conocemos, proceden a recomponer, reparar, en suma a reciclar y ulteriormente a vender, realizando así una extraordinaria contribución a la conservación del medioambiente. No se lo agradecemos, pero merecen una medalla al mérito que, de manera urgente, el alcalde Jordi Hereu debería instituir a fin de honrar a las industriosas personas que tan responsablemente contribuyen a librarnos de manera ordenada y ecológica de todo lo que los demás tiramos sin ton ni son.
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