¡Qué te calles!

Por culpa de la sonrisa jesuítica y el discurso monotemático de Gallardón, ese político que jamás descompone el gesto y que como el chico modélico de la clase siempre dice lo que tiene que decir, noto que los párpados y los oídos avisan de su desfallecimiento y que Morfeo me reclama. Su sentido electoral ha repetido hasta el aburrimiento que es el alcalde más votado de Madrid, que la implacable democracia está ancestralmente enamorada de él y que será justo y necesario para su amada y descolocada España que Rajoy gane las próximas elecciones. El pulcro Gallardón sólo se permite utilizar el veneno al juzgar la labor de su bestia negra Jiménez Losantos: "España sabe la diferencia entre influir y entretener". Yo no lo tengo tan claro, pero me resulta diáfano que Gallardón ni me influye ni me entretiene.
Por culpa de mi comprensible deserción me pierdo el clímax a sangre y fuego entre la simpática y bienhumorada Isabel San Sebastián y el conciliador Calleja. Recupero en diferido la espantada de la agraviada dama rubia, pero no es lo mismo. El espectáculo suena a déjà vu, a la ordinariez estratégica de los vertederos del corazón. Allí el pretexto no son las acusaciones de fascismo, sino los cuernos o la toxicomanía, pero la puesta en escena y el efecto son parecidos e imagino que la publicidad se frota las manos con ello. Pero el ring de 59 segundos y consecuentemente el sabroso negocio corren peligro de extinción si los cruzados por Dios y por España se sienten en manipulada minoría y acorralados por la viperina mayoría roja.
La diversión agradece los desplantes enérgicos. Incluso los republicanos respetan el demoledor conceptualismo de la sangre azul con el plebeyo maleducado y criticón, resumido en el cinematográfico bufido del Rey: "¿Por qué no te callas?". Ya hay bula en el Parlamento para el macarreo verbal, para el "que te meto, que me dejes; tú, ¿de qué vas?".
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