La ética del Banco Mundial
Naomi Klein lleva años rastreando en las entrañas de las instituciones que impulsan el modelo neoliberal. Con las explicaciones de Klein podríamos decir que el Banco Mundial (BM) es tan prestigioso como prestigioso es el presidente recién dimitido. A Wolfowitz se le vieron sus calcetines agujerados, seguramente porque tanto él como su institución son especialistas en el arte del disimulo. En la misión encomendada al BM de privatizar todo lo privatizable, el BM encontró en países en desarrollo aliados especialistas también en dicho arte: entregaban las empresas públicas y ellos se llenaban los bolsillos como el dictador Pinochet, que acumuló más de 125 cuentas bancarias. Wolfowitz debe enseñar a sus hijos normas de urbanidad que después él no cumple, como lo de peinarse con su propia saliva en público. Lo mismo hace el BM, enseña unas cosas y hace otras, como el mensaje que repiten al mundo en desarrollo: "Bajad vuestras barreras comerciales, que nosotros mantendremos las nuestras levantadas". Y ahora Wolfowitz con su novia nos da lecciones de arbitrariedad, como las que emplea su institución. Así lo describe Klein. "El BM, a cambio de un préstamo para el desarrollo, obligó a cancelar las becas para estudiantes en Ghana; para prestar ayuda en las devastaciones del huracán Mitch, puso como condición la privatización del sistema de telecomunicaciones; exigió flexibilidad laboral tras la catástrofe del tsunami asiático en Sri Lanka; impulsó la eliminación de subsidios alimentarios tras la invasión de Irak; o dejó de transferir 100 millones de dólares que tenía prometidos a Ecuador sólo porque el país osó gastar una porción de sus rentas petroleras en salud y educación".
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