Un mar de lágrimas
Ni una lágrima sobre la arena. Ni una sola. Los inmigrantes del último cayuco llegado desde África a las costas de Tenerife estaban tan emocional y físicamente exhaustos, que ni siquiera tuvieron fuerzas para empañar sus ojos entrecerrados en un último gesto solidario hacia el camarada caído, muerto sobre la orilla. Hacía 10 días, y sus respectivas noches, que 69 personas desesperadas habían decidido dejar atrás el infierno con la esperanza de llegar al paraíso, y ha tenido que ser la muerte quien les haya dado la macabra bienvenida a la tierra prometida. Un muerto en la travesía, otro en el desembarco. Toda una alegoría del futuro que les espera a los 67 furtivos supervivientes. Europa necesita mano de obra barata, sufrida, curtida y dispuesta. No ha lugar para las flaquezas, la desazón o la añoranza. Por eso las lágrimas de los inmigrantes se quedan siempre en el mar, un mar de lágrimas.
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