Wagoner & me
En 1989 Michael Moore estrenó su documental Roger & me, la historia del cierre de la planta de General Motors en su pueblo, Flint (Michigan). Se quedaron en la calle 30.000 trabajadores sin el más mínimo apoyo. El controvertido documentalista intentó durante mucho tiempo, y sin éxito, entrevistar al presidente de General Motors (GM), Roger Smith, para completar su documental sobre el cierre de la fábrica y el fin del sueño americano en una pequeña población del interior de EE UU. Desde luego, el documental no cambió la política industrial del gigante automovilístico, pero alumbró a un gran provocador. La historia se repite en Puerto Real, sólo que ahora lo protagoniza una filial de GM, Delphi Automotive. En esta ocasión el protagonista último es Rick Wagoner, presidente ejecutivo de la corporación GM, con oficina en Detroit. Desde un confortable despacho en la capital de la industria de la automoción americana, Mister Wagoner ha decidido enviar al paro a 1.600 trabajadores de la planta de Delphi en Puerto Real, un pequeño pueblo de un lejano y desconocido país europeo. Total, ¿qué es para GM una decisión así? Con 9?2 millones de coches vendidos en el mundo, 326.999 trabajadores, presencia en 33 países y fábricas en 30 estados de EE UU, más de 10 marcas comerciales de la potencia de Opel (para la que fabrica Delphi), Chevrolet o Cadillac, la decisión de cerrar una fábrica como la de Puerto Real es un pequeño problema. GM tiene un amplio programa de cierre y reestructuración de sus fábricas en todo EE UU (siete el año pasado, tres previstas para este año, dos para el que viene, con miles de trabajadores afectados), en parte motivado por la deslocalización y en parte porque las marcas japonesas le están ganando la partida en el mercado interno norteamericano con los coches híbridos, de gran éxito comercial, a pesar de que la propia GM abandonó con gran polémica su proyecto de coche eléctrico. Toyota, Nissan y demás le están ganando el pulso a los viejos elefantes de Detroit. Ambas situaciones llevan a GM a reestructurar sus divisiones. Delphi puso en la calle a 500 trabajadores en Tánger, por supuesto sin cobertura social. Y no creo yo que le tiemble el pulso por los 1.600 trabajadores de su planta gaditana ni por los 1.500 de la industria auxiliar. En una mansión en las afueras de Detroit, Mister Wagoner se levantará temprano, hará ejercicio, comerá huevos revueltos y cereales, un coche oficial le llevará a su moderno y bien amueblado despacho para seguir con la reestructuración de la corporación con "integridad y honestidad", como dice en su mensaje oficial en la página web de la empresa. Si mientras tanto, a 8 mil kilómetros de distancia, 3.000 gaditanos y sus familias ven peligrar su futuro, no es un problema que afecte a la conciencia de Mister Wagoner, aunque vaya todos los domingos a su iglesia.
A Mister Wagoner le da igual que una de sus filiales haya recibido 62 millones de dinero público. Ni siquiera que la vicepresidenta del Gobierno, los ministros de Trabajo y de Industria, los consejeros de Empleo, Innovación y Presidencia de la Junta de Andalucía y el secretario de organización del PSOE de Andalucía hayan expresado que los trabajadores no se verán desatendidos, que habrá una respuesta para su problema y que no se va a permitir el cierre de la fábrica. A Mister Wagoner le da igual lo que diga el gobierno de España y el andaluz, tanto como el futuro de un pequeño grupo de sus trabajadores que representan el 0,5% del total. Da incluso igual que parte de los negocios de la planta de Delphi sean rentables o que la legislación española impida un cierre de estas características, incluso da igual cómo y en qué se ha empleado el dinero público. Si no le importa mucho a Mister Wagoner el futuro de los trabajadores, es una minucia todo lo demás. Incluso que en la zona haya habido una crisis del sector naval y en la fábrica de tabacos o que Airbus esté en crisis. A Mister Wagoner lo que le preocupa es que su secretaria no le ha reservado hora para jugar al golf el próximo sábado.
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