Zeitgeist

Un señor llamado Giovanni Bernardone dei Moriconi, apodado Francisco (porque su madre era francesa) de Asís (porque nació allí), fundó a principios del siglo XIII una orden de frailes basada en la pobreza y la fraternidad. Francisco de Asís predicó el amor por la naturaleza y la vida y revolucionó la percepción del cristianismo entre los creyentes de a pie. Aunque nadie lo notara entonces, sus palabras generaron un zeitgeist, un espíritu del tiempo. Décadas después, Giotto, el pintor que decoró la basílica franciscana de Asís, tradujo en arte ese zeitgeist: se apartó del hieratismo bizantino e insufló alma y movimiento en sus figuras. Las claves del Renacimiento y de la Edad Moderna estaban todas ahí. El zeitgeist de Asís floreció durante siglos.
El zeitgeist de una época es fácil de percibir, pero difícilmente se deja comprender. Flota en el aire. En algunas ocasiones, el zeitgeist imperante cambia de forma tan brusca que a nadie se le escapa el fenómeno. Eso ocurrió, por ejemplo, cuando el espíritu turbulento de los 60 y los 70 se transformó en el espíritu mercantil y orondo de los 80. Una de las ciudades que con más presteza se adaptaron entonces al nuevo signo de los tiempos fue Milán. Era la Milano da bere del socialista Bettino Craxi, vestida de Armani, corrupta hasta la médula y forrada de liras en negro. En España no se usaba aún el término pelotazo ni se sospechaba que los ladrillos llegarían a ser de oro, pero en Milán ya galopaba el futuro, plasmado en la simbiosis entre el poder político de Craxi y el emergente poder económico de un constructor llamado Silvio Berlusconi.
Con el dinero inmobiliario, Berlusconi fundó un imperio televisivo y compró una sociedad futbolística en la que aplicó todo su instinto. El Milan fue el primer equipo galáctico y probablemente el mejor. Hoteles de cinco estrellas, merchandising, tecnología aplicada (el Milan Lab), espectáculo permanente y presupuestos de vértigo. La fórmula, como se sabe, funcionó.
No hay más que echar un vistazo al Milan de hoy para adivinar que el zeitgeist de los 80 se ha evaporado por las rendijas de la historia. Hay algo de vieja fotografía en las maniobras de Seedorf, el oportunismo de Inzaghi y el voluntarismo portentoso de Maldini. La imagen de Adriano Galliani, el factotum milanista, en la grada de San Siro con Ronaldo, el otro día, es decididamente sepia. Ronaldo tiene sólo 30 años, pero su corpachón, demasiado grande para sus rodillas y para sus reflejos, constituye casi una metáfora.
El Milan sudó ayer para ganar, 1-0, gol de Inzaghi, al modestísimo Parma. El joven italoamericano Giuseppe Rossi, un delantero prometedor por el que ya se ofrecen fortunas, no hizo nada, pero aún así al Parma le bastó defender para desnudar las verguenzas de un Milan cada vez más parecido a un diplodocus: pesado, lento, con un culo muy grande y una cabeza muy pequeña.
No sirve apelar a los puntos de sanción, ni a la fuga de Shevchenko, ni a la potencialidad de Kaká y quizá de Gourcouff. El glamour milanista se ha desvanecido. Es de otra época.
Lo mejor que se vio ayer tarde en el calcio (a falta del vespertino Sampdoria-Inter) ocurrió cerca de Milán, en Bérgamo. El Atalanta ganaba al Catania, 1-0, a falta de cinco minutos. La cosa parecía tan cantada que el entrenador retiró a Doni, el alma del Atalanta bergamasco. El Catania probó un último recurso y sacó al campo a Takayuki Morimoto, un japonés de 18 años que nunca había jugado en la Serie A. Morimoto tardó tres minutos en marcar un gol que habría firmado el Ronaldo de antes. Es difícil definir el zeitgeist contemporáneo, impregnado de miedo y gnosticismo, pero seguramente tiene más que ver con Morimoto que con Ronaldo.
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