Mucha universidad
La demanda de estudios universitarios disminuye en España desde hace años mientras la oferta de plazas ha aumentado de forma desproporcionada. Esto se traduce en una escasa ocupación de centros que nunca fueron necesarios y hoy parecen inviables. Es posible que el descenso en la demanda se modere debido al cambio de tendencia en la natalidad, pero no implicará un cambio significativo, ya que los nacimientos siguen por debajo de la tasa de reposición de la población y la fracción de jóvenes que accede a la universidad es ya muy elevada. La creación de universidades ha ido más allá de lo razonable y ni asegura una calidad mínima ni responde a necesidades reales.
Una universidad, en especial su profesorado, no se improvisa, ni en su faceta docente ni en la investigadora. De ahí que muchos centros no tengan la calidad exigible, ni un proyecto científico y académico que justifique su existencia. Es posible que alguna haya enriquecido la vida de ciertas ciudades, pero al mismo tiempo han consolidado la tendencia de los estudiantes a no salir de su entorno familiar y no conocer otro mundo académico que el de su ciudad, localista casi siempre. Para atraer a los jóvenes del lugar, se multiplicaron las titulaciones. Hoy se ofertan en universidades españolas más de 3.300 carreras.
Frente a la proliferación de titulaciones mal impartidas, cabía un remedio: la especialización y que cada universidad se orientara en busca de la excelencia en determinadas carreras. Se habría fomentado así una movilidad que habría llevado a los estudiantes a centros de referencia. Para ello, habría sido necesario una cooperación leal entre comunidades autónomas, que son las competentes en la materia. Es obvio que no ha existido. En su lugar, se optó por la proliferación de centros y diplomas. El ministerio y el Consejo de Coordinación Universitaria tienen también responsabilidades. La coordinación que de ellos se esperaba ha sido casi inexistente.
El descenso del número de estudiantes en universidades que en su día estuvieron masificadas no es mala noticia. Una disminución de la presión docente podría beneficiar la actividad investigadora y liberar a las universidades de mucho profesor incapacitado para serlo. Nada de todo esto ha sucedido. Al contrario. Muchos centros parecen creados exclusivamente para dar respuesta a la demanda de su entorno próximo, sin otro atractivo que el de la cercanía. Se impone sentido común y la reivindicación de la universidad como un lugar donde se forman ciudadanos y no como una mera ventanilla expendedora de títulos.
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