Por detrás de la realidad
LOS MANUALES de literatura a menudo se refieren a la narrativa ecuatoriana de los años treinta -la de mayor trascendencia- como una de denuncia y protesta, tendenciosa. Se la identifica casi en exclusivo con Jorge Icaza y Huasipungo (1934). Se dice de esta novela indigenista que es un panfleto, que carece de valor estético. No obstante, las obras más logradas del quiteño remiten a problemáticas que siguen siendo actuales: el mestizaje, el cholo, la búsqueda de identidad, las farsas sociopolíticas, lo grotesco, las incongruencias y normas -Valle-Inclán y la vanguardia no andan lejos- hallan cabida en El chulla Romero y Flores (1958) y Atrapados (1972).
Los Sangurimas. Novela montuvia (1934) es acaso el legado más perdurable del guayaquileño José de la Cuadra. Se la parangona, y no sin fundamento, con Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo, y Cien años de soledad (1967), de García Márquez. Lo maravilloso, espacios míticos, referentes rurales, sagas familiares, patriarcas, curas y coroneles, el incesto, lo oral como recurso narrativo, el uso de fragmentos, el eco de un ethos cultural, y el humor y la hipérbole cuentan entre posibles puntos de comparación.
Por otro lado, la obra de Pablo Palacio, oriundo de Loja, es la que ha llegado a contar con más lectores. La narrativa de vanguardia latinoamericana no puede prescindir ya de sus novelas Un hombre muerto a puntapiés (1927), Débora (1927) y Vida del ahorcado (1932). De ellas se desprende una suerte de poética de las coordenadas que asociamos con su producción literaria: referente urbano, práctica metaliteraria, anti-novela, desintegración de la forma, sentido de lo ridículo y absurdo, humor cáustico, cuestionamientos de principios, de retórica y sintaxis narrativa, de autoridad, de normas, instituciones, de mitos y fórmulas en vigor.
Aquella literatura no se halla demasiado lejos de las preocupaciones de las últimas generaciones. Los ya mencionados Velasco Mackenzie, Cárdenas, Ubidia y Ochoa han abordado, en tono menor, el asunto de las migraciones actuales. Quizá falta aún una narrativa que ahonde en las peripecias de los 2,5 millones de ecuatorianos que se han expatriado en la última década. Por ahora, en ese sentido, la literatura pareciera marchar a la zaga de la realidad.
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