Ovejas
El tabaco perjudica seriamente la salud, eso lo sabemos todos, pero hasta dónde puede llegar su maldad sólo lo sabemos unos pocos. Una vez me escondí para fumar un cigarrillo con unas amigas de instituto. Y cuando digo escondí, puedo asegurar que lo digo. Para que nadie nos viera no nos bastó con irnos detrás de la estación, no, nos fuimos andando, kilómetros campo a través, hasta llegar a unos montículos. Estábamos lejísimos, nos encendimos dos cigarros para cuatro, mirando para los lados como si nos estuviésemos repartiendo un botín. Allí no había ni Blas. Había un rebaño, lejos, con su perro y su pastor, aburridos. Y, súbitamente, como si en su cuerpo hubiera entrado el espíritu del petardo de Mel Gibson con la cara pintada de azul, una se levantó de un salto y dijo ¡las ovejas! ¡corred! ¡corred! La verdad es que las otras tres no vimos el peligro en una primera batida visual a nuestro alrededor, pero hemos aprendido de las películas que si alguien repite un imperativo es que va en serio. Ejemplo: si escuchamos que le dicen a la protagonista "Mary Jane, salta del caballo", sabemos que Mary Jane va a seguir un poco más. Ahora, si lo que le gritan es "Salta del caballo, Mary Jane, salta del caballo" es porque o Mary Jane salta ya o se estampan, ella y el caballo, contra una tapia. Así que echamos a correr como si nos persiguiera Satanás. Es lo que tiene la adolescencia, que vas sobrado de fuerzas y te puedes permitir buscar tus límites. Fue entonces cuando empezó la tragedia. Las ovejas, haciendo gala de su borreguismo intrínseco, dijeron que donde va una van todas y nos siguieron a galope tendido. La que dio la voz de alarma, encima, se quedaba atrás y, la muy sucia, nos tiraba de la ropa como si fuéramos a tirar a gol para darse impulso y dejarnos atrás, expuestas al peligro de aquel encierro lanar. Era una carrera a vida o muerte. Y terminó por agotamiento, cuando no podíamos más, paramos y ya está. Y el rebaño todavía estaba a más de doscientos metros de distancia, un poco más desperdigado, pero igual, con el pastor, eso sí, tirado en el suelo partiéndose el pecho. Yo creo que incluso el perro se reía. Y yo, mira, pasado el tiempo, pues me alegro de haber hecho el ridículo de semejante manera, porque tiene que ser aburridísimo ser pastor. Y que pase algo estúpido pues te distrae de la rutina. Ya sólo contar las ovejas para ver si están todas tiene que dar un sueño que no me extrañaría que la gente les confundiera con narcolépticos.
Las ovejas, haciendo gala de su borreguismo intrínseco, dijeron que donde va una van todas y nos siguieron a galope tendido
Para que no se aburran los pastores, un tipo percusionista, llamado Nilo Gallego, desarrolló un proyecto sin igual: quedó con el pastor del pueblo y estudió a sus ovejas. Les puso cencerros afinados en diferentes notas y así, el pastor en el campo y la gente en el pueblo, podrían escuchar una bella melodía al paso del rebaño musicado. Lo llamaron "Pedro baja las ovejas cantando". A mí me parece que es un proyecto más que interesante, pero no sabemos si la contratación la llevan los ganaderos del pueblo o los del arte en general. La verdad es que habría que contratarlo para nuestras fiestas de cumpleaños y para que nuestros invitados por fin reconozcan que la nuestra es la mejor fiesta de cumpleaños con mucha diferencia con la segunda clasificada.
Refresco del día: ya que de sobra es sabido el paralelismo que existe entre la modorra ovina y la humana, propongo colgar unos cencerros a la gente que se desplaza hipnóticamente por el mundo y así, por lo menos, suenan bonito.
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