La medida justa
Como le ocurría a su dinosaurio, en ese hiperbreve relato suyo, cargado de homenajes a Monterroso e hilvanado con mucha chunga (El dinosaurio estaba ya hasta las narices), es posible que Hipólito G. Navarro (Huelva, 1961) esté ya hasta las narices de que, cuando nos acercamos a su obra, arranquemos todos recordando la afición que ha tenido siempre por el relato corto. Le conocíamos por sus libros de cuentos (sobre todo dos, El aburrimiento, Lester, Anaya & Mario Muchnik, 1996, irremediablemente saldado, y Los tigres albinos, Pre-Textos, 2000, uno de los grandes libros de cuentos de aquel año), aunque también es autor de una novela, Las medusas de Niza (Algaida, 2000), que se beneficiaba más de las virtudes de los buenos cuentos -el protagonista llevaba a cabo una insólita investigación etnográfica: llenar de voces la memoria abandonada de los pueblos, las historias que malviven en las ruinas del pasado- que de la reglas estrictas del género novela, que exige otros ritmos y otras medidas. Hipólito G. Navarro es ("el dinosaurio estaba ya hasta las narices", ya digo), sobre todo, un gran teórico sobre el relato y un excelente cultivador (tomates ecológicos, los suyos) del mismo. Ahora, al encontrarse con un nuevo puñado de historias, Los últimos percances, llenas de imaginación, de audacia expresiva, de experimentación (en uno de esos relatos, "Gadir, Gades...", hasta se inventa el lenguaje, y lo hace verosímil), de humor, ha hecho lo que hacen los poetas que gustan de a(r)mar y desa(r)mar -al fin y al cabo empezó siendo cortazariano, y ahora ya es muy suyo- sus artefactos, así que ha reunido los dos libros anteriores (tiene otras dos colecciones primerizas, sacrificadas acaso) y con los tres ha hecho esta gran obra, esta extraordinaria y muy variada colección de relatos, todos sus relatos reunidos, con los que el lector puede jugar y escoger aquellos que le gusten más -a uno, por ejemplo, le parecen excelentes el del bargueño mal o bienvendido, el del melómano: con músicas de jazz hay varios, pero éste, en su originalidad, me parece excelente; en su conjunto, Los tigres albinos ya me pareció una notable colección de relatos-. Acaso los más experimentales hayan envejecido algo peor. El humor, la sorpresa de lo cotidiano, de lo que está delante de nuestras narices -no el dinosaurio- aunque no lo veamos, son instrumentos que Hipólito G. toca con virtuosismo de conservatorio o con habilidad propia de quien ha hecho mucha calle. Son sus relatos historias bien acabadas, platos de cuchara, nada de bocados de realidad. En su momento, ya digo, buscó, a la manera cortazariana historias fragmentadas, hay muchas improvisaciones de músico de jazz, pero, en definitiva, prefiere darle sustancia a sus relatos, aunque más de uno le retuerza el pescuezo al célebre decálogo de Horacio Quiroga.
LOS ÚLTIMOS PERCANCES
Hipólito G. Navarro
Seix Barral. Barcelona, 2005
448 páginas. 20 euros
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