Decepción
El 3 de abril fui con mis dos hijas de cuatro y cinco años a ver una función de teatro en el Centro Alfredo Kraus, perteneciente al distrito municipal de Fuencarral-El Pardo, que el Ayuntamiento de Madrid había facilitado a un grupo independiente de personas con síndrome de Down.
Me parecía una idea buena y diferente que mis hijas se acercaran al trabajo y el arte de estas personas. También para mí resultaba emotivo estar allí. Calcular el trabajo y la ilusión que se necesita para sacar adelante un proyecto como éste es de las pocas cosas que quedan en nuestra sociedad dignas de admirar. Porque no es sólo un trabajo bien hecho, que lo es; es conseguir llenar de ilusión y protagonismo la vida de esas personas a las que nuestra sociedad deja escasos huecos donde desarrollarse. Es un trabajo pedagógico, lúdico y rebosante de cariño.
Bueno, pues todo este admirable proyecto cayó hecho trizas dos horas antes de levantarse el telón, ante el injustificable argumento del luto oficial por la muerte del Papa. Yo no me he sentido cercano a las ideas tradicionales de Juan Pablo II, pero sí he reconocido su valor ante muchas injusticias que ocurren en el mundo. Por eso, si hay una rendija, allá donde esté, por donde él pudiera ver las lágrimas de decepción, de impotencia y de rabia de todas esas personas, le habría hervido la sangre por ser utilizado como excusa de todo ese dolor.
No puedo callar mi queja sin aconsejar que a las órdenes generalizadas, incluso con motivos respetables, les dediquen un poco más de tiempo del que les lleva firmarlas, para pensar en sus consecuencias.
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