Gutiérrez-Meurs indaga sobre la negrura del presente
Hace dos años, Cristina Gutiérrez-Meurs (Madrid, 1966), impactada por la catástrofe del Prestige, realizó una instalación en Bilbao que consistía en ir colgando de cuerdas tendidas corbatas manchadas de chapapote. Cuando terminó ese proyecto, decepcionada por los resultados de las autonómicas en Galicia, había ennegrecido casi 300 corbatas. Su acción, solidaria y solitaria, terminó en bolsas de basura, también negras, y en un contenedor. De ello quedan fotos y un diario que siguió la artista, afincada en la capital vizcaína.
Ahora regresa a la galería Bilkin (Heros, 22) con su nueva producción que versa, como es habitual en ella (salvo el paréntesis por el Prestige), sobre la gente. "Siempre he trabajado este tema. Lo que ocurre a mi alrededor me afecta mucho y ahora las cosas están bastante negras: EEUU, la guerra, el futuro de mi hijo,... Veo que las cosas se repiten, que no tenemos memoria histórica. Eso me preocupa", comenta Gutiérrez-Meurs, quien achaca a esa visión la negrura de sus figuras.
La muestra Gens, gentis, abierta hasta el 17 de diciembre, consiste en grandes cuadros con figuras negras, mitad sombras, mitad espectros, entre humanos y fabulados. La artista trabaja con manchas negras, de las que luego va sacando los blancos hasta formar cabezas y rostros. "Casi siempre trabajo a la inversa. Me gusta lo de limpiar", dice. Estos cuadros, en carbón y pastel sobre papel, hablan de la soledad del ser humano entre tantas personas que habitan la Tierra, de individuos repetidos, pero únicos.
La obsesión de Gutiérrez-Meurs por el objeto repetido le ha llevado a colocar en una pared de la galería una instalación montada con unas 900 figuritas de gres cocidas al horno, todas similares, todas distintas. "Están hechas una a una, sin molde. La idea es llegar a hacer en el futuro unas 5.000 figuritas, y con ellas, una instalación. Me atrae mezclar lo pequeño, que son las figuritas, con la gran escala, que será la instalación", confiesa.
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