El partido belga de extrema derecha Vlaams Blok cambia de nombre tras ser condenado por racista

El Vlaams Blok, uno de los partidos de extrema derecha más potentes de Europa, cambió ayer de nombre tras ser condenado en firme la semana pasada "por su incitación permanente a la segregación y racismo".
El Bloque Flamenco se llamará a partir de ahora Vlaams Belang (Interés Flamenco) y amenaza con "enterrar a Bélgica", el país que ha intentado, según sus dirigentes, enterrar a esta formación que promulga la independencia de Flandes (donde vive el 60% de la población belga) y es contraria a la integración de los inmigrantes. Tras casi diez años de persecución legal, el centro flamenco de Igualdad de Oportunidades y la sección flamenca de la Liga de Derechos Humanos lograron el martes pasado que el Tribunal de Apelación de Gante confirmara la sentencia por racismo contra esta organización, que ahora deberá pagar una multa de 36.000 euros.
Esta condena podría privar al Vlaams Blok de una subvención pública anual de 250.000 euros, razón por la cual escenificó ayer en un congreso celebrado en Amberes su aparente disolución, su cambio de nombre y de logo (ahora es una estilizada cabeza gris de león sobre fondo blanco) y ha abierto un proceso de elecciones de una semana. El candidato a presidir el nuevo Vlaams Belang es Frank Vanhecke, el mismo que presidía hasta ayer la organización racista. Vanheche es también diputado en el Parlamento Europeo.
El nuevo Vlaams Belang celebrará el próximo día 12 de diciembre un nuevo congreso extraordinario y continuará "con el mismo programa y las mismas personas", según sus dirigentes. El pasado mes de junio, en las elecciones regionales, el Vlaams Blok se alzó con el 24,2% de los votos, convirtiéndose en el partido mayoritario del Parlamento flamenco.
"Bélgica ha escrito una triste página de la historia persiguiéndonos y haciendo condenar a nuestro partido ante los tribunales", dice Vanhecke en un comunicado publicado en su página web, en el que niega que sus convicciones sean racistas. "¿No es acaso razonable exigir que los que se benefician de nuestra hospitalidad respeten nuestra manera de vivir, nuestras leyes, nuestros valores y nuestras culturas?", se pregunta.
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