Dos libros recuperan a los héroes españoles de la II Guerra Mundial
Peter Eisner y Antonio Arévalo utilizan testimonios de combatientes en Francia

Esas historias que nos cuentan las películas, esas hazañas de héroes que parecen exclusivas de unos pocos lo son también de gentes que caminan todavía por las calles de Madrid, Irún, Barcelona o París. Los españoles que entraron a liberar París con Leclerc, los que se jugaban la vida en la frontera como maquis o como miembros de una red de salida de soldados aliados han sido resucitados en la memoria viva de dos libros: La línea de la libertad (Taurus), de Peter Eisner, que relata como en una novela de espías la acción de la Red Comète, y La guerra en singular (Ediciones El Cruce), de Antonio Arévalo, que recupera la experiencia de los combatientes españoles en la liberación de Francia.
Robert Grimes es vecino de Peter Eisner, subdirector de la sección Internacional de The Washington Post, en la capital de Estados Unidos. Entre otras cosas porque sobrevivió a una desafortunada caída en territorio enemigo durante la II Guerra Mundial y fue evacuado por varias personas perfectamente compenetradas que formaban la cadena crucial de la Red Comète. Se tejía entre Bruselas y el País Vasco y ayudaba a sacar a pilotos y combatientes atrapados en la Francia ocupada. "La financiaban los británicos y la formaban hombres y mujeres que escondían a quienes necesitaban ayuda y les trasladaban hacia una salida segura", asegura Peter Eisner.
El periodista relata en su libro cómo actuaba la red, mediante testimonios directos de quienes la componían, y quiénes fueron salvados por ella. "Quería rescatar la historia de algo que no es suficientemente conocido. Empecé preguntando en el País Vasco". Husmeó por Irún y conoció el caserío Sarobe, donde se escondían los protegidos de la red, cuyos cerebros estaban en Bruselas y en París.
La joven Dédée de Jongh, enfermera belga, la fundó junto a su padre y la dirigió desde el año 1941 hasta ser arrestada, en 1943, en San Juan de Luz. Pero su labor continuó en manos de Jean-François Nothomb, alias Franco, y otros como Florentino Goicoetxea, que lograron salvar a unas 800 personas.
La última parada
Euskadi era la última parada desde cualquier lugar de Francia o Bélgica en que cayeran los que iban a ser evacuados. La salida por mar desde las costas de Francia se había convertido en algo impensable por el control férreo de los alemanes. El paso de la frontera por los Pirineos era épico y a veces lo hacían personas que no levantaran sospechas ante la Gestapo o los soldados por su aspecto frágil, como la propia Dédée.
Eisner ha utilizado la peripecia de Robert Grimes como hilo conductor del relato. "Cayó a 50 kilómetros de Bruselas y tuvo que atravesar todo el país. Tuvo suerte porque fue a parar a una granja donde después entró en contacto con personas de la red", dice Eisner. Cada año se conmemora la acción de estos personajes en el País Vasco por parte de algunos de los que conocen su papel crucial. "Mi amigo el historiador Juan Carlos Jiménez de Aberasturi, por ejemplo, que me ha ayudado a investigar su existencia", recuerda Eisner.
Hay guerras enterradas, borradas de la muchas veces sospechosa faz de la historia. Como la del papel que jugaron miles de refugiados republicanos en la liberación y la resistencia francesa. Antonio Arévalo ha rescatado para la memoria a varios de ellos con siete testimonios directos en La guerra en singular, donde se cruzan personajes que organizaron la resistencia antifranquista cerca de la frontera con quienes continuaron batallando contra los nazis, los que sufrieron el hambre, la humillación y la escoria de los campos o vivieron la gloria liberando París. Es el caso de Luis Royo, miembro de La nueve, compañía de la División Leclerc que entró en la capital francesa el 25 de agosto de 1944, un día después de la liberación. "Siempre me ha hecho gracia imaginarme a los primeros liberadores que entraban en París hablando español, cómo se les quedaba mirando la gente", asegura Arévalo. "Llevaban la bandera republicana en sus carros, el suyo se llamaba Madrid, y al llegar al Hôtel de Ville, los mandos les obligaron a quitarla".

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