La mentira del periodista
Los periodistas mentimos: como todo el mundo. Primero, porque la verdad es inasible, y los dogmas se saben falsos; segundo, porque nos dan las mentiras hechas, nos las infiltran, machacan y tenemos poca defensa. La información ya no es nuestra. Un presidente de Gobierno llama a los grandes periódicos para decir que el gran atentado del día lo hizo ETA, y es mentira; el Emperador de Occidente llama al mundo para que se alce contra unas armas que no existen y siembra el terror organizado y la tortura militar contra un terrorismo que no está allí. Ahora hemos -han- creado un Consejo de Deontología para esta profesión. Hemos mezclado en él catedráticos, filósofos, muchos magistrados, y no estoy seguro de que las suyas sean profesiones que estén libres de la mentira orgánica y organizada. Mal asunto: como la creación de un comité de sabios para vigilar y comentar el contenido de la televisión. Así empiezan las censuras, que son los más grandes organismos de la mentira creada y la degollación de las verdades: es horrible pensar en una censura ejercida por personas honestas. Todos tenemos nuestras tendencias, que nos hacen creer en verdades propias. Lo mejor que puedo hacer para defender a aquellos a quienes miento es decirles quien soy: rojo, ateo, libertario, a veces libertino y, a partir de ahí, ya saben cuál es mi concepto de la verdad: que se sepa de qué está hecha, y en qué viejas y fuertes convicciones me baso. Para que crean o rechacen.
Temo toda vigilancia sobre la escritura o la voz públicas que no sean las de quienes defiendan a quienes somos víctimas de la gran mentira que transportamos a veces sin saber qué contiene. Menos mal que aparecen personas que me inspiran confianza: el presidente del Consejo de Deontología, Jesús de la Serna: empezamos a mentir juntos de niños, en las mentiras de un periódico que estaba dentro de las mentiras de un régimen: siempre ha sido honesto, claro. El de contenidos de la Televisión lo lleva una gran figura de la dificilísima sinceridad dentro de la filosofía, Emilio Lledó, limpio y claro y sabio. Ojalá cumplan una misión especial: protegernos a nosotros de las mentiras que nos infiltran, denunciar a quienes nos engañan: a la hez de la tierra.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
Últimas noticias
La crisis humanitaria que la paz total no pudo parar: los ataques y desplazamientos vuelven al Catatumbo
Trump justifica su ataque a Nigeria por la masacre de cristianos, pero las víctimas del yihadismo son de todas las confesiones
Los tasadores hipotecarios se declaran en huelga contra la precariedad de la profesión
El Gobierno actualiza los coeficientes de plusvalía y penaliza las compraventas especulativas de vivienda
Lo más visto
- Acuerdo en Villamanín por el Gordo sin repartir: la comisión de fiestas cede más de dos millones por la paz del pueblo
- Maisa Hens, cantante: “Gracias al anuncio de El Almendro no tuve que volver a hacer un ‘casting”
- Junqueras avisa de que la recaudación del IRPF es “imprescindible” para negociar los presupuestos de Sánchez e Illa
- Timothy Morton, activista: “Estados Unidos es un gigantesco campo de concentración”
- La obsesión de Trump por poner su nombre a todo carece de precedentes en Estados Unidos




























































