Círculo roto
En mi juventud, me recuerdo vivamente afectada cuando trataban de colgarme el sambenito de que los vascos nos pasamos la vida absortos en la contemplación de nuestro propio ombligo. Me dolía el reproche de idealismo cuando reclamaba el reconocimiento de una nación más en un mundo rebosante de naciones, sin otro aporte que la voluntad de una comunidad comparable en tamaño a un barrio de Nueva York.
Hasta que un día atravesé la raya de tiza y empecé a contemplar el nacionalismo desde fuera. No bastó para curarme del narcisismo. Pronto me sorprendí sometida a la contemplación del ombligo... de los nacionalistas. Mi terrible sino de vasca me seguía encerrando en un círculo de tiza caucasiano, o más estrecho.
La situación se alteró bruscamente el jueves negro que llamamos 11-M. Fue entonces cuando los unos y los otros nos hicimos la misma pregunta: "¿Quién ha sido?" La pregunta encerraba un pensamiento-talismán, un amuleto intelectual necesario para afrontar los efectos sociales de la Maldad, con mayúsculas. Porque la respuesta, en el fondo, daba igual; como descubrieron los jóvenes al gritar que los dos posibles autores son "la misma mierda".
Pero, a los amantes del ombligo, la pregunta nos aportaba una virtud mágica: gritar ¿quién ha sido?, al unísono, sin distinción entre nacionalistas y constitucionalistas, cuando todavía no se había decantado la respuesta, descuadernaba la recíproca forma de contemplarnos en relación con la amenaza terrorista. El círculo de vendaje ombliguero, tejido inveteradamente, podía tener los días contados. Porque no hay cordón umbilical con los fines etarras que pueda salir incólume de la eventual autoría de la matanza madrileña. Y porque, si la respuesta se encontrara en la guerra santa, debía resultar vana, además de patética, la pretensión de que los asesinos distingan entre los cruzados por razón de las señas identitarias enfrentadas.
En ambos casos, la referencia bipolar perdía su vigencia, al menos momentáneamente. Estos criminales nos son, de verdad, ajenos. Frente a ellos, la escueta condición de residentes en Al-Andalus nos sitúa en la común situación de sujetos pasivos de una amenaza terrorista acreedora de doscientos dos asesinatos causados en la ciudad de Madrid.
Aunque ahora conocemos la respuesta, la pregunta conserva su valor. Su virtud como talismán determina el dilema que afronta el terrorismo etarra. O se disuelven o se convierten en una imitación barata de Bin Laden despreciada por todos. Y quiero decir, por todos.
Gritar ¿quién ha sido? nos ha supuesto enterarnos que, desde aquel 11-S, todas nuestras ciudades pueden verse convertidas en capitales del dolor. Podemos empeñarnos en no recordarlo en tanto no lo suframos en carne viva.
Las cartas han quedado boca arriba. Malos tiempos para los que hacen política como si jugaran al mus.
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