Música celestial

Si del cielo vienen la luz y la sombra, los cometas y los truenos, las centellas y los rayos, lo de este concierto, protagonizado por dos magníficos grupos españoles dedicados a la percusión, fue música celestial, pues de todo eso hay en las obras que lo ocuparon. Bueno, no en todas, pues la de Llorenç Barber -Págines amigues i cupons de descompte- recurre a lo terrenal -escaleras, platos, cucharillas y guías de teléfono- para darnos una suerte de aguda y divertidísima performance en la que lo teatral se funde con lo sonoro. El resto fue un paseo por parte de la mejor creación contemporánea para percusión. Comenzando en el descriptivismo interior y exterior de Seasons, de Toru Takemitsu, menos delicuescente aquí que otras veces. La cierta mala fama de Gavin Bryars entre los modernos más conspicuos se hace añicos en su One last bar then Joe can sing, donde aparece un compositor con personalidad propia. Al lado de estos dos horizontes calmos, el cielo se desataba con los Estudios coreográficos de Ohana e Idmen B de Xenakis, dos muestras bien claras de lo que cada uno de sus autores representa: otro lenguaje más denso, otra escritura más honda. En el caso de Ohana, ese fecundo mestizaje que acaba dando como fruto una creación siempre abierta. En el de Xenakis, la energía, la fuerza controlada justo hasta el momento crítico en el que el sonido pareciera estallar en mil pedazos.

Para servir estas músicas llenas de interés se contó con la sensacional prestación de Neopercusión y Amores, dos grupos nuestros que están a la misma altura que cualquiera en cualquier parte y en cualquier época.