Los imames y los obispos
Con notable alivio acogemos la sentencia que condena a un imam musulmán afincado en España por apología de la violencia doméstica en un texto impreso en este país, en castellano y destinado a los fieles que en él viven.
Ninguna creencia religiosa puede prestigiar bajo ningún concepto prácticas ni doctrinas que atenten contra los derechos básicos de la persona: denigratorias, violentas, discriminatorias o peligrosas para la salud pública. Al menos en ningún país donde la legislación esté sustentada en el respeto de los derechos humanos.
Por eso acogeríamos también con el mismo notable alivio un enjuiciamiento y condena, o al menos una clara advertencia de esa posibilidad, por parte de los poderes públicos que nos representan, por las agresivas y contumaces proclamas que contra el uso del preservativo como medio perfectamente eficaz para evitar el contagio del sida vienen lanzando los representantes oficiales de la otra religión mayoritaria del Estado español: la Iglesia católica.
Afirmar, contra todas las evidencias científicas bendecidas por la OMS, como ha hecho recientemente un conspicuo representante de su jerarquía, que las paredes del preservativo (de todos, se supone) no son impermeables al virus del sida es una intoxicación informativa intolerable, una insensatez dolosa y un acto de terrorismo sanitario que debería tener consecuencias penales del mismo calibre, al menos, que la defensa que de la violencia doméstica hizo el agreste imam o que la apología del consumo de drogas que nuestros muy católicos gobernantes actuales quieren considerar punible judicialmente por suponer que atenta contra la salud pública.
La vida de millones de personas (la mayoría en países africanos con tasas de pobreza y analfabetismo inconmensurables) dependen de controles de la enfermedad con medidas racionales e impecablemente sanitarias como el uso del preservativo, y más cercanamente la de cientos de miles de nuestros jóvenes que comienzan a descubrir la magia de la sexualidad. Tratar de impedirlo es un acto estrictamente criminal. Parece que la única vida respetable que les interesa a los célibes purpurados es la de los embriones congelados o sin congelar. Quién sabe por qué turbadoras razones.
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