Todo el mundo pica algo en Balaídos

Balaídos lleva camino de figurar en la historia universal de la hospitalidad. Cualquiera que se cae por allí es recibido con los brazos abiertos. El Albacete llegaba anoche sin haber puntuado aún fuera de casa y se volvió con un lustroso empatito. El aspecto del Celta no puede ser más desalentador: tiene poco fútbol, poco gol y poca seguridad defensiva. De los parajes sombríos por los que discurrió el partido sólo se salvaron los fogonazos del excelente Jesuli, ese chico que ha heredado las esencias más puras del tradicional arte sevillano. Para desgracia del Celta y del espectador, nadie pareció captar la longitud de onda en que emitía Jesuli. La única vez que alguien recibió sus señales, la cosa acabó en gol. Fue una jugada perfecta, de esas que emparentan al fútbol con la geometría. Un gran pase de Jesuli y una ejecución de manual: el pase de la muerte de Ángel y la puntual llegada desde atrás de un medio centro, José Ignacio. Tan esforzado como espeso, el Celta iba controlando la situación ante un rival que le presionó sin descanso y que nunca perdió su vocación de toque, por más que no le sirviese para avanzar un metro. Pero el gol del Albacete llegó sin previo aviso y en el peor momento para el Celta. De repente, el drama. El Albacete volvió a marcar, con una exhibición de rapidez y potencia de Aranda. Como la radio de Jesuli ya no volvió a emitir, el Celta sólo alcanzó a aliviar un poco el dolor.