Empate
El llamado plan para la convivencia en Euskadi tal vez tenga buenas intenciones, no lo sé, pero lo que parece indudable es que aviva la discriminación entre los vascos. Estos planes suelen empezar con muy buenas palabras y pueden terminar muy mal. Al menos para los que no son de la etnia. Por eso llega un día en que el vecino del cuarto, aquel señor tan simpático que trabajaba en un banco, es asesinado por el vecino del segundo, ese señor tan gracioso que trabaja en otro banco y que antaño era medio amigo del muerto, hasta tomaban vinos en la taberna e iban juntos al estadio. La construcción nacional avanza cuando el "ellos" y el "nosotros" empieza a ser irreversible. El plan Ibarretxe va por ahí.
En Euskadi se mima la enemistad. Porque sin ella, eso lo sabe un niño, no se puede sacar adelante la secesión. La insidia alimenta el programa de la raza cuando la otra vía -la del crimen o la insurrección- se estrella contra la legítima capacidad defensiva del estado democrático. Por eso la clave de la aventura está en el rencor y en la segregación, esos demonios que avanzan articulados en propuestas normativas, adornados de cantares y procesiones, iluminados por los llantos de la abuela, bendecidos por los clérigos y los filósofos de la equidistancia.
Es un relevo. Vosotros hasta aquí, nosotros a partir de ahora. Pero el objetivo es el mismo: las dos clases de vecinos, no de ciudadanos. De un lado los nacionalistas, los que tendrán la nacionalidad vasca en el futuro Euskadi ensoñado y como mucho biprovincial del plan Ibarretxe, y la otra clase, la de los parias, los trabajadores invitados/expulsables, la gente para la que se teje la marginación.
Estamos llegando al final del partido y barrunto un tristísimo y sombrío empate. De un lado el plan independentista perderá por completo su envite jurídico. No habrá referéndum y no se romperá la legalidad constitucional (la última vez fue con el golpe de estado del general Franco). Pero en su casillero quedará un gol: habrá perfeccionado la construcción del odio.
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