Escrito desde la emoción

El 6 de junio de 1989, semanas antes de su muerte y en el último acto público al que pudo comparecer, el escritor y crítico literario tinerfeño Domingo Pérez Minik dijo: "La emoción es una de las cosas más bellas que puede poseer un hombre, que puede tener una mujer. Pero no se hace uso de ella, porque además hoy se desprecia en nuestra sociedad". Ahora, en el centenario del nacimiento de Pérez Minik, Juan Cruz utiliza la emoción para evocar en Un gallo al rojo vivo al que fue su paisano, amigo y mentor. El autor de este libro es diáfano en sus sentimientos, y así escribe: "Al principio, después de su muerte, procuré evitar Santa Cruz y la calle en la que él vivió, como si ésa fuera una parte vedada de la isla, un recuerdo demasiado vivo para ser transitado".

Para este homenaje Juan Cruz ha reclutado a amigos de Pérez Minik como Emilio Lledó, Cabrera Infante, Fernando Delgado y Rafael Conte. El retrato coral que ofrecen del tinerfeño es muy atractivo, el de un intelectual librepensador, republicano, socialdemócrata y polifacético, y el de un dandi tierno, accesible, familiar. Pérez Minik fue un lector y un escritor insaciable, por lo que Juan Cruz escribe: "No hubo un día sin palabra en su vida, y cuando las palabras ya no fueron posibles se murió, como si hubiera estado hecho de ellas". Como escritor, y también como persona, Pérez Minik no soportaba la pedantería y aseguraba, con razón, que las cosas que no pueden decirse con sencillez no merecen decirse. A todos aquellos a los que impartió su magisterio, Pérez Minik, al que el franquismo encarceló durante un tiempo y luego mantuvo en el exilio interior, les inculcó también que no tiene más razón quien tiene más poder, el que más grita o el que posee las mejores armas.

Juan Cruz dedica largos comentarios a la relación de Pérez Minik con Tenerife, Canarias y, en general, la condición de insular. Pérez Minik solía decir que Tenerife, como todas las islas, está entre el purgatorio y el paraíso, y que, también como todas ellas, tiene una sed enorme de lo extranjero. Por eso él lideró el grupo de escritores tinerfeños que en los años treinta del pasado siglo acogieron en Santa Cruz a André Breton y su corte surrealista. Cuarenta años después, Pérez Minik, que no se convirtió a esa secta, contó la experiencia en su libro Facción surrealista en Tenerife. Y en los largos y oscuros años del franquismo, Pérez Minik, a través de sus críticas en la revista Ínsula, fue uno de los grandes divulgadores en España de las últimas novelas publicadas en inglés y en francés, y, como recuerda Juan Cruz, tuvo como principales "ventanas al exterior" a la emisora británica BBC y el diario francés Le Monde.

Reivindicado desde la no sólo legítima sino necesaria emoción por alguien que siempre le llamó, y aún le llama, don Domingo, Pérez Minik emerge de este libro como el mejor exponente canario de la brillantez intelectual de la II República española.