Rigor arbitral
El pasado 26 de abril, mi hija de 16 años participó en la final de los Juegos Deportivos Municipales en la modalidad de natación especialidad espalda, categoría juvenil.
Quedó en primer lugar, sacando una considerable ventaja a la segunda clasificada. No obstante, fue descalificada por hacer un movimiento incorrecto: se giró unas centésimas antes de tiempo para no dar con la cabeza contra la pared, que tocó boca abajo.
Creo que esta medida quebró violentamente el principio pro-competición, que ningún árbitro, menos aún tratándose de categorías juveniles, debería perder de vista, y que fue ejemplarmente aplicado, y desgraciadamente no seguido posteriormente, en el caso de Valdano y la alineación simultánea de extranjeros.
Creo que las normativas y los reglamentos se desarrollan para favorecer el fin último de que se trate (el deporte, la competición, en este caso) no para entorpecerlo. Probablemente la norma que hizo descalificar a mi hija puede aplicarse con justicia cuando su infracción sea el motivo de desventaja para otro. Pero éste no fue el caso, dado que sacó una ventaja de dos cuerpos a su inmediata seguidora.
Actuaciones como la de este árbitro recuerdan esas aplicaciones kafkianas de la justicia en las que el implacable juez, gran conocedor de todo el corpus legislativo, lo aplica todo y hace que el entramado que se desarrolló para impartir justicia se vuelva precisamente contra el objeto y el espíritu para el que fue creado.
Quien así actúa no es un buen juez ni un buen árbitro. Más grave aún fue que nadie comunicó la descalificación a mi hija, que unos minutos más tarde escuchó su descalificación por los altavoces, con lo que la dejaron vivir unos minutos de gloria, que podría haber sido una hora hasta la entrega de los premios, ya que la megafonía apenas se entendía. Manera más fría, insensible y deshumanizada de tratar a nuestros jóvenes no cabe. Si es así como promocionan el deporte en nuestra ciudad, mejor que no hagan nada.
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