El caos
Bagdad y otras ciudades iraquíes eran ayer lugares más peligrosos que bajo los bombardeos. El caos se ha adueñado de Irak, pese a que Rumfeld no considerara "representativas" las imágenes que vio el mundo entero. Para el jefe del Pentágono, los saqueos son "parte del proceso de transición". La responsabilidad primera de no haber evitado esta violenta anarquía recae en EE UU y el Reino Unido, obligadas, como potencias ocupantes, a proteger a las poblaciones, y especialmente los hospitales. La rapidez con que la coalición se lanzó a preservar los pozos de petróleo contrasta con la casi total falta de capacidad para proteger la propiedad privada y pública en las ciudades, donde falta agua y luz y donde los hospitales son asaltados. El expolio del Museo Arquelógico de Bagdad pesará como una pérdida cultural para toda la humanidad, de la que EE UU constará como cómplice.
Los saqueos, robos, violencia e incendios dominaron Bagdad, Basora, Kirkuk o Mosul, que se han convertido en ciudades sin ley, donde no hay control ni información sobre lo que ocurre en muchos otros lugares. Toda autoridad ha desaparecido frente a una multitud de asaltantes armados. Nadie queda en las cárceles, abiertas por Sadam Husein en octubre al soltar a todos los presos comunes, y en teoría, a los políticos. La policía, incluida la municipal, se ha esfumado. El pillaje e incendio de edificios públicos está eliminando muchos documentos que hubieran sido útiles incluso a la hora de ajustar cuentas con el régimen caído.
La estrategia de Rumsfeld de un bombardeo sin precedentes y un número limitado de tropas en tierra habrá servido para ganar una guerra desigual, pero no para asentar una nueva paz. Los marines y tropas especiales de los ocupantes no están entrenados ni tienen instrucción alguna para efectuar labores policiales, y además están dedicadas a defenderse y acabar la guerra. EE UU tenía que haber previsto el despliegue simultáneo de un número suficiente de fuerzas para evitar un desorden que dificulta la ansiada ayuda humanitaria.
También han empezado los enfrentamientos étnicos, y si nadie se interpone, cabe temer que aumenten. Los mayoritarios shiíes querrán el poder que ejercieron los suníes gracias a Sadam Husein. Los kurdos también querrán lo suyo. Y por debajo de estas divisiones hay otras no menos peligrosas entre clanes y tribus. Si el caos no se ataja, no cabe excluir la limpieza étnica, prefigurada ya en las tres provincias, el norte kurdo, el centro suní y el sur shií.
Norteamericanos y británicos no sólo han conquistado un país, sino que en su estrategia militar de provocar el hundimiento del régimen de Sadam Husein han echado a pique la entera estructura del Estado. Tras destruirlo, EE UU tendrá que construir uno nuevo, y entretanto, detener la violencia callejera y los enfrentamientos civiles simultáneos, que pueden quebrar el país.
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