Moderados, radicales y proamericanos, en la reunión
En el balneario egipcio de Sharm el Sheij los reyes, jeques, emires y presidentes árabes se fragmentaron en tres grupos. Uno, el más numeroso e influyente, estuvo encabezado por Egipto y Arabia Saudí, adoptó una posición próxima a la de Francia, Alemania y Rusia e insistió en la necesidad de apurar todas las vías para evitar la guerra. "No debería darse por supuesto que la guerra contra Irak es inevitable", dijo Mubarak. La guerra, según el presidente egipcio, es la "peor de las soluciones" y traerá "graves consecuencias". Mubarak calificó de "paso positivo en la dirección correcta" el comienzo por parte de Irak de la destrucción de los misiles Al Samud 2; pidió más tiempo para que los inspectores "puedan hacer su trabajo" e Irak "demostrar su voluntad de cumplir plenamente la resolución 1441", e instó a Sadam a "cooperar más". Esta posición fue compartida por Arabia Saudí, representado por su príncipe heredero y gobernante de hecho, Abudlah Bin Abdelaziz, menos pronorteamericano que el enfermo rey Fahd. Los monarcas marroquí y jordano, Mohamed VI y Abdalá II, se alinearon en este grupo, que, al final, se convirtió en el triunfador.
Siria y su protegido Líbano formaron la vanguardia del segundo grupo, el que se opuso directamente a las pretensiones de Bush. Emile Lahoud, presidente de Líbano y el único cristiano entre los líderes presentes, inauguró la reunión pidiendo "un enérgico y absoluto rechazo a una agresión militar contra Irak, Kuwait o cualquier otro país árabe". Los argumentos esgrimidos por Bush son "una máscara" para ocultar su verdadero objetivo, "controlar el petróleo" de Irak, dijo Bashir el Asad, que sucedió en 2000 a su padre en la presidencia de Siria.
El grupo más minoritario, dirigido por Kuwait, el país invadido por Irak en 1990, proclamó que la guerra es "inevitable" y propuso que la cumbre se consagrara a discutir el futuro de Oriente Próximo tras la caída de Sadam Husein. Esta posición también fue derrotada.
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