La golosina preferida

Surgió del fondo de la tienda con su delantal blanco brillante. Recorrió con energía el pasillo de las conservas, pero en vez de colocarse al otro lado del mostrador para atenderme, se quedó parado detrás de mí. Con voz dura exclamó: "¡Qué bolsillo más bonito!". Fue en el verano que cumplí los 10 años. Yo iba vestido con una simple camiseta y unos bermudas con un único bolsillo trasero. Su frase me pareció estúpida puesto que no entendía cómo un agujero podía ser bonito o dejar de serlo, pero el tono que utilizó me atemorizó tanto que no pude más que contestar que sí. "A ver qué hay dentro", dijo cuando ya casi tenía su mano introducida en mi bolsillo. Sacó una golosina, mi golosina preferida. Luego me estuvo abroncando, decía que me había visto cogerla a través de los espejos de las esquinas, que no lo volviera a hacer o avisaría a mis padres. No me recuerdo extendiendo la mano hacía el bote de aquellas golosinas y cogiendo una. No recuerdo que me metiera nada en el bolsillo. Pero como tampoco recuerdo cuánto tiempo estuvo la mano del tendero en mi bolsillo ni si llegó a rozarme, prefiero pensar que ésa fue la primera vez que robé algo.