La imagen del fado
Su canto rasga la penumbra sobre las notas del contrabajo. Se va iluminando la escena y ahí está ella, toda de negro, con un traje que barre el suelo, el hombro descubierto, un largo chal con el que ocupa sus manos, y un pelo rubio ceniza ceñido al cráneo.
El fado nunca llegó a calar a este lado de la frontera peninsular -que estuviera asociado a la dictadura vecina en nada ayudó-, así que no resulta sorprendente que ahora nos llegue vía París o Londres. Los holandeses son los que han grabado a Mariza -su disco Fado em mim salió antes en Alemania o Japón que en Portugal- y algunos británicos, quienes, desde sus poderosos altavoces mediáticos, están empeñados en hacer de ella una estrella internacional.
Mariza
Mariza (voz), Ricardo Cruz (contrabajo), António Neto (guitarra clásica) y Paulo Jorge Nunes dos Santos (guitarra portuguesa). Galileo Galilei. Madrid, 17 de noviembre.
La música también entra por los ojos. Mariza, que nació en Mozambique y creció en el barrio lisboeta en el que se dice que floreció el fado, es una magnífica muestra de esa generación de nuevas fadistas que se llaman Mafalda Arnauth, Cristina Branco o Ana Sofía Varela -sin olvidar a Mísia-. Por ahora, no parece que sea mejor que ellas.
El fado no siempre es melancólico: Oiça lá ó senhor vinho trata de los efectos del vino y logró palmas a destajo, y Há festa na mouraria lo interpretó Mariza con un punto de picardía. Cierto que enseguida cae la lluvia cuando muere el ser amado -Chuva- y que una joven enamorada despide a su marinero en la playa temiendo no volver a verlo -Barco negro-. El acompañamiento es sobrio, impecable... Mariza conoce el sentido dramático de la pausa, y en cada palabra pone el alma.
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