Las cifras
Las declaraciones de Jesús Caldera, acusando al Gobierno de presionar al Banco de España para publicar unas cifras de crecimiento superiores a la realidad fulminan la realidad. Posiblemente Caldera tenga razón y las cifras sean falsas, pero, sembrada la duda, ¿en qué creer?
Desde hace bastante tiempo sospechamos que la realidad econométrica se ha derretido en las manos de los políticos. Las cifras para cumplir con el Tratado de Maastricht fueron pasteleos; en Perú, en Indonesia, en China, endulzan las cifras del PIB, y en Estados Unidos, las auditoras se acaramelan con las firmas que auditan en una contabilidad falsa. El Gobierno dice que su balance presupuestario es igual a cero y suponemos que algún truco habrá; el Instituto Nacional de Estadística publica las tasas de inflación, pero cualquiera comprueba en su vida que no son reales. La econometría pretendía objetivar la realidad y erigirse en paladín de la verdad frente a las ficciones políticas, pero ahora la verdad es completamente falsa e irrelevante. En un mundo recubierto de publicidad y propaganda, lo que cuenta no es la verdad, sino lo que parece verdad. Hay verdades que parecen mentira y mentiras que curan o matan como tremendas verdades. No son los números, desacreditados y fáciles de corregir, quienes legitiman una gestión, sino el apaño más oportuno y artero.
De otra parte, los bancos centrales hace tiempo que han debido abandonar su gélido carácter divino y, como muestra Alan Greenspan, su función tiene menos que ver con la economía que con la psicoterapia; más con las respuestas calientes que con las frías. Caldera debía ser el primero en saberlo. El Banco de España, el Instituto Nacional de Estadística, el Ministerio de Economía, no están ahí para certificar el crecimiento, sino, ante todo, para animarlo. ¿Diciendo mentiras? Francamente, ¿quién puede garantizar que alguna vez, en algún tiempo, tales entes incontrolados dijeran la verdad? ¿Van a decirla ahora? Los últimos Nobel de Economía han distinguido a sabios que anotaron las mil indeterminaciones cotidianas, la verdad y la mentira domésticas, los impulsos inflacionarios o recesionistas que responden, mira por dónde, a las caldeadas leyes del corazón.
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