Las manos que atrapaban el tiempo

Yo no guardaba una relación personal con Eduardo Chillida, aunque tengo personas cercanas relacionadas directamente con él. Parte de sus setenta y pico de años probablemente hayan pasado para sus seres más próximos en un abrir y cerrar de ojos. Para otros pueden haber pasado en un cerrar y hacerles abrir los ojos. Si uno entra en un buscador de Internet, la palabra 'Eduardo Chillida', en 0,08 segundos, casi en presente vertiginoso, aparecen alrededor de 28.000 documentos con su referente. No sé cuántas obras habrá realizado Chillida, pero es evidente que su trabajo y su persona son un signo universal. Su desaparición nos recuerda que estamos ante uno de los mitos de la historia del arte.

Descubrió metafóricamente sus manos, unas manos que intentaban asir lo intangible, lo que parece que se escapa, el aire: la presencia más cercana a lo que podría tener de tangible el espacio. No es de extrañar que denominara El peine del viento a una de sus obras más emblemáticas. Para mí, aquellas manos, en pasado, han dejado en presente continuo unas presencias que atrapan ese otro del espacio, el tiempo.

Conocemos la vida hasta el justo momento en que se extingue. Del después todo son metáforas. Sólo conocemos el después de la vida, la muerte, por imágenes que se manifiestan como el otro necesario de la vida. Tras la enfermedad, para algunos llega el olvido. Para otros, la enfermedad ha sido el olvido de la dolencia, una enfermedad que es el olvido mismo. Para nuestra memoria, el recuerdo de unas manos y sobre todo de una sensibilidad mental forjadora de presencias.

Conseguir que el hierro acaricie el viento es suficiente metáfora para comprobar cómo la brutalidad de una materia puede acabar transformada en poética y seguir manteniendo fuerza e identidad. Sus piezas que están al aire libre siempre me han parecido las más interesantes. Ese aire lo ha dejado unido a un tiempo, atrapado para siempre.

Darío Urzay es pintor.